El Mont Blanc es con sus 4.810 metros el punto más alto de Europa y el lugar al que cada año acuden muchos montañeros con el objetivo de alcanzar o acariciar el cielo. Ortográficamente se encuentra rodeado de valles con muchísimos glaciares, y el propio Mont Blanc forma parte del macizo homónimo que se extiende entre las demarcaciones del valle de Aosta, en Italia, y de Alta Saboya, en Francia. Las ciudades más pobladas cercanas al Mont Blanc son Chamonix Mont Blanc y Saint Gervais-les Bains, situadas en Francia, y Courmayeur en Italia.

En 1860 se estableció que la cima pertenecía a Italia y Francia, pero para llegar a este acuerdo se tuvo que realizar un Tratado Internacional donde esto quedase reflejado. Aun así, no todos están contentos con la decisión y hay muchos que aseguran, basándose en diferentes fuentes cartográficas, que la cima pertenece a un país u otro. Lo que está claro es que es compartida y que nunca podrá llover al gusto de todos.

La montaña maldita

Hasta el siglo XVIII los habitantes de la región llamaron al Mont Blanc, 'La montaña maldita'. En aquel entonces se empezó a difundir la creencia de que en la cumbre de aquel monte existía un reino encantado y arriba, en lo más alto, se encontraba la que en la región se llamaba como 'La diosa blanca'. Esto llevó a que todos pensasen que había que adorar y venerar a la montaña, ya que creían que si la cabreaban de algún modo les repercutiría de forma negativa en su día a día. Posteriormente con el cristianismo se empezaron a considerar a estas creencias como demonios invisibles.

En 1740 el viajero inglés William Windhamm llegó a la región atraído por las leyendas que escuchaba sobre 'La montaña maldita'. Había estado explorando en Egipto y en Oriente pero al llegar no reculó pese a las continuas advertencias de la peligrosidad del lugar que se disponía a visitar. No fue solo, fue junto al viajero, antropólogo y egiptologo inglés Richard Pococke. Juntos emprendieron el viaje a lo desconocido y quedaron maravillados con el aspecto del valle Chamonix y de los precipicios que, según Windhamm, "podían espantar las almas más firmes".

Los dos viajeros ingleses subieron hasta un lugar llamado Montenvers, situado el lateral del glaciar que Windham bautizó como 'mer de Glace'. Los dos ingleses fueron las primeras personas de todo el mundo en ver, observar y disfrutar de los glaciares, de lo que les rodea, así como de transmitir todo lo que veían a su vuelta. Se convirtieron en los ojos del mundo y en los encargados de transmitir sus vivencias por duro que resultase para algunos acabar con las leyendas o creencias. Windham además, recogió también algunas leyendas de los lugareños que aseguraban que durante la noche, sobre los glaciares de lo que conocían como 'La montaña maldita', se efectuaban fiestas de brujos que bailaban al son de la música. Tras esto durante años se continuaron investigando, así como profundizando en los conocimientos de la montaña y poco a poco en el siglo XIX se empezaron a intensificar las exploraciones con el objetivo de saber más.

"He estado en todos los montes de Euskal Herria. Cada fin de semana solíamos subir a alguno". Teresa Larrañaga

Tragedia en 2002

Las ascensión del Mont Blanc, así como la de cualquier montaña ha de hacerse con respeto y seguridad. No se es más valiente por ir al monte con malas condiciones climatológicas o sin suficiente material. Al final la montaña hay que entenderla como una diversión en donde por ende se asumen riesgos y frente a los cuales la única protección es prevenir.

En el año 2002 cuatro estudiantes, una francesa, una chilena, una neozelandesa y un británico, tuvieron la brillante de idea de ascender el Mont Blanc en pantalón corto, con zapatillas y sin ropa de abrigo. Hacía bueno sí, pero nadie en su sano juicio realizaría tal estupidez, o al menos nadie debería de hacerlo. Total, que las condiciones climatológicas cambiaron y como no tenían ropa para combatirlo fueron poco a poco perdiendo fuerzas. Trataron de pedir ayuda pero tras 24 horas de búsqueda finalmente el helicóptero, que no pudo salir antes por los vientos de 120km/h, les encontró muertos de frío o cansancio. En definitiva, fue una desgracia que se podía haber evitado siempre y cuando se hubiera mostrado más respeto tanto por la montaña como sus vidas.

Deportistas que perdieron la vida

Por otro lado, no siempre la prudencia o el respeto nos conceden la carta de que pase lo que pase podremos salvar nuestra vida. Hablaremos de dos casos, una escaladora y una esquiadora, que perdieron su batalla contra la montaña pese a estar sobradamente preparadas.

"Mi preparador vio que estaba lista para subir el Mont Blanc sin riesgo". Teresa Larrañaga

En el verano de 2010, la que fuera tercera de la Copa del Mundo de escalada, la belga Chloé Graftiux falleció con tan solo 23 años cuando descendía de la Aguja Negra del Peuterey, en la parte italiana del Mont Blanc cuando una roca que se encontraba en sus pies se desprendió y la hizo caer cerca de 600 metros. Graftiux descendía junto a su compañero de escalada Nicolas y cuando la roca se soltó la joven belga no estaba atada a la cuerda. Fue una tragedia que acabó con la vida de un joven deportista de talla mundial.

Por otro lado, un año ante la campeona olímpica de snowboard, la francesa de 31 años Karine Ruby, murió después de caer en una grieta de 21 metros en el glaciar en la Tour de Ronde, en el macizo del Mont Blanc, junto a otros dos alpinistas que le acompañaba. La de Bonneville se erigió en 1998 en la primera campeona olímpica de snowboard femenina de la historia después de adjudicarse la prueba de gigante paralelo en los Juegos Olímpicos de Invierno de Nagano.