Cuando alguien escucha el estribillo Siempre que vuelves a casa me pillas en la cocina, embadurnada de harina con las manos en la masa, puede pensar que estamos evocando los albores de la cocina en televisión. La imagen de Elena Santonja tras el temazo de Vainica Doble, interpretado al alimón con Joaquín Sabina, vuelve a muchas retinas, pero ni en España, ni mucho menos en el mundo, Con las manos en la masa (1984-1991) ha sido el programa pionero en lo referente a fogones ante las cámaras. Los hoy más que abundantes espacios gastronómicos, tan de moda en estos momentos, pueden parecer una novedad para muchos, pero no lo son en absoluto. De hecho, se sitúan en los mismos orígenes de la gran aventura televisiva.
Lo cierto es que hay que remitirse a los albores de la pequeña pantalla, cuando aún era un medio de comunicación masivo en ciernes, del que todavía ni se intuía su enorme capacidad de cambiar el mundo, para encontrar un espacio que ya en 1946 abría el apetito de los espectadores estadounidenses de aquel entonces. Se trata de I love to eat (Me encanta comer), un título muy sugestivo que hace 75 años presentaba James Beard en la cadena NBC. Antes hubo otros intentos, sí, pero la II Guerra Mundial apagó el fuego y dejó a medio cocinar esos proyectos de este tipo de espacios.
También habría que hablar de la primera mujer que cocinó ante las cámaras; fue un poco más tarde, en 1949, y se llamaba Dione Lucas. Otra figura determinante en la gastronomía a través de la pantalla fue Julia Child, la mujer que revolucionó definitivamente las cocinas estadounidenses. Todo esto es prehistoria de la televisión, de cuando en España ni siquiera se sabía que era lo que más tarde se llamó la caja tonta.
Ya más recientemente, y a nuestras propias pantallas, llegarían Santonja, Arguiñano, José Andrés y los muchos chefs que todos conocemos. Pero esa es otra historia.
Viaje al pasado
Viaje al pasado
¿Pero cómo eran esos programas del pasado culinario, de hace 75 años? Hablemos de I love to eat. Según algunas publicaciones dedicadas a la gastronomía, como la revista digital Bienmesabe, James Beard era oriundo de Portland (Oregon), hijo de una excelente cocinera y posadera, apasionado gourmet, dueño de una empresa de catering y autor de libros de cocina, buen conocedor de la despensa y técnicas de la cocina del noroeste y de las influencias gastronomo-culturales de las migraciones asiáticas procedentes del Pacífico, y ya presentaba temas de cocina en espacios de una emisora de Nueva York.
Para muchos, este chef es hoy un total desconocido, pero la realidad es que se hizo muy famoso durante el tiempo que duró su espacio culinario, que hoy pasa por ser el pionero. Escribió más de veinte libros de cocina y se preocupó de fomentar los sabores de los productos estadounidenses, especialmente los de Oregon, su lugar de procedencia. Está considerado el decano de los cocineros de Estados Unidos.
Con el auge de la televisión y con los estadounidenses quitándose el mal sabor de boca que había dejado la guerra mundial, llegaron otras estrellas emergentes a los fogones del mundo. Una de ellas fue la citada Dione Lucas, británica afincada en Estados Unidos, una señora con pinta de ama de casa inglesa que conquistó ante las cámaras los corazones y los estómagos de los espectadores. Esta mujer, que se jactaba de haber cocinado para Hitler y que montó restaurantes en varios países, promocionaba ante los norteamericanos la cocina francesa. Fue la primera mujer graduada en Le Cordon Bleu y consiguió que su público se enamorase de los fogones y buscara en sus programas una cocina más sofisticada que la que entonces se hacía en Estados Unidos.
Su cocina tuvo su continuación en la de otra mujer, Julia Child, quien en 1963 se convirtió en estrella, primero en Boston y después en el resto del país, con su programa de cocina en el canal WGBH-TV El chef francés. Los estadounidenses se chuparon los dedos cuando aprendieron a hacer una sencilla omelette (tortilla).
Child había nacido en Estados Unidos, pero pasó la posguerra mundial en Francia, desde el primer momento se enamoró de la cocina del país galo y la convirtió en objeto de deseo entre sus espectadores tras regresar a su lugar de origen.
Su presencia en los medios fue tan aclamada como longeva, y cuando ya no disponía de programa propio se convirtió en colaboradora de otros chefs que se paseaban por las cocinas televisivas. Es también autora de varios libros sobre gastronomía, casi todos ellos basados en las técnicas culinarias galas.
También habría que hablar de la influencia de la cocina italiana fuera de su país, muy presente sobre todo en las mesas del continente americano, y si de alguien se puede hablar en este sentido es de Gino Molinari. De origen italiano, nació en Guayaquil (Ecuador). En 1988, después de haber participado en películas, novelas, miniseries y todo tipo de programas de televisión como actor, animador y conductor, consiguió un espacio semanal de cocina en Complicidades, programa del canal Ecuavisa.
Tampoco puede quedar en el tintero otro nombre de mujer que es historia en la televisión cubana, Nitza Villapol. En 1948 contaba con su propio espacio, Cocina al minuto, y su forma de guisar, pero sobre todo de comunicar, ha traspasado el tiempo y son muchos quienes la incluyen en las guías de cocineras más destacadas en la segunda mitad del siglo XX. Era de origen estadounidense -de hecho nació en Nueva York-, pero pronto marchó a la tierra de sus ancestros, Cuba. Su programa se mantuvo durante 40 años en emisión.
A esta mujer no le gustaban los hábitos nutricionales de los cubanos y quiso con sus recetas que fueran más sanos, algo que consiguió a medias. Pero lo que sí logró con sus consejos fue limar la escasez de ciertos productos en la isla y ofrecer recetas que resultaran atractivas y sobre todo económicas. Durante años, y no solo en Cuba, muchos cocinaron para una familia extensa un flan en el que solo se utilizaba un huevo. Murió en 1998, pero muchos todavía la consideran como la madre de la cocina cubana.
Antes de arguiñano
Después de estos retazos internacionales, si ponemos el foco en el Estado español hay que darse una vuelta por programas de cocina o gastronomía que surgieron en los inicios de Televisión Española, remontándonos a 1958 para rememorar el primer espacio de la pública. A mesa y mantel fue un miniespacio de recetas de cocina dentro de un bloque cultural de mediodía en el que se incluían clases de idiomas y crítica cinematográfica. Lo presentaba Domingo Almendros.
Casi diez años después, en 1967, se introdujo en la parrilla Vamos a la mesa, con la oscense Maruja Callaved como presentadora de un espacio que ofrecía TVE antes del Telediario y que consistía en una especie de informativo gastronómico de diez minutos o incluso un programa de orientación sobre consumo y economía doméstica y nociones de cocina. Tuvo sus más y sus menos, porque en la triste era del franquismo la cocina era cosa de mujeres y desde los periódicos del momento se criticó que este contenido se diera por delante del segundo informativo. Al final consiguieron que el espacio abandonara la noche y se emitiera a mediodía, una franja que algunos consideraban más adecuada para las amas de casa. Ya en 1970 surgió Gastronomía, programa que recorrió la geografía española mostrando su repertorio culinario.
Cerca del presente
Cerca del presente
Hasta hace poco más de treinta años (1991) la televisión pública programó desde 1984 su programa estrella, el citado Con las manos en la masa. Todos recordamos la canción de cabecera, una letra que hoy sería considerada cuando menos políticamente incorrecta, y a Elena Santonja no cubierta de harina, pero sí dando a conocer todo tipo de recetas acompañada de invitados famosos que iban desfilando por su programa.
Tras su salida de TVE llegó Karlos Arguiñano, incombustible desde entonces. El cocinero de Beasain, presente hoy cada mediodía en Antena 3, ya había revolucionado los fogones de ETB en sus dos canales. El chef vasco lleva en la tele más de 40 años y se ha convertido en uno más de la familia para muchísimos espectadores. Su labor, siempre reconocida, aún lo será más el día en el que lo deje. Demuestra jornada a jornada que, si importante es cocinar bien, mucho más lo es comunicar adecuadamente. Y esto sí que no está al alcance de muchos chefs televisivos, que se han topado habitualmente de bruces con esta dificultad.
Arguiñano puso a cocinar a casi todo el país a ritmo de chiste, perejil y platos ricos ricos, y es querido allí donde va. Su carisma parece imbatible y es difícil concebir una televisión de recetas sin su presencia.
Hay más nombres, por supuesto, que han hecho sus pinitos en la tele, como Pedro Subijana, David de Jorge, José Andrés, Dani García, los hermanos Torres y un largo etcétera. Todos ellos son, de uno u otro modo, deudores de unos pioneros que empezaron en esto hace ya muchos años. Lo dicho: la cocina catódica parece que es de ayer, un invento reciente, y que por eso está tan de moda, pero esa es una percepción absolutamente equivocada.