Con la memoria de un niño de 7 años a punto de cumplir los 8 en abril, Aitor Ibañez de Garatxana recuerda los trágicos hechos del 3 de Marzo de 1976 que cambiaron la vida en su familia, en Zaramaga y en toda la ciudad.

Hoy es miembro de la asociación y desde su residencia en Legazpi mueve la exposición por Gipuzkoa difundiendo la memoria histórica. 

Pese a su corta edad, recuerda todo lo ocurrido aquellos días. “Son momentos muy vivos, a mi padre Guillermo, le cascaron bien y debido a un golpe con una bocacha de un lanza pelotas , sufrió un corte muy profundo debajo la axila izquierda y secuelas; un duro golpe.

Fue a la Policlínica para que le curaran, pero, al darse cuenta de que entraban los grises, huyó para que no le pegaran más ni le detuvieran”.

Aitor Ibañez de Garatxana Cedida

Aquel fatídico día de huelga en el barrio, Guillermo salió de casa, de la calle Mendoza hacia la asamblea con unos compañeros, como tantos muchos otros obreros, aunque no era sindicalista ni en su taller estaban en conflicto, con tan mala suerte de que, a la altura de Reyes de Navarra, le dieron una paliza.

Tensos días

“Eran días tensos, de movilizaciones, el ambiente reivindicativo era palpable, mucha gente en paro y de todo ello se hablaba en casa, no se ocultaba porque, además, sabíamos que si los padres conseguían esos aumentos y mejoras laborales, la familia iba a mejorar y, aunque era un niño, lo veía”, contextualiza.

Al echar la vista atrás, dos recuerdos le vienen a la mente, los lleva grabados en la retina.

“Era miércoles de ceniza y como estaba con la Comunión, fui a la parroquia de Belén cuando vino mi tío Juan desde Zumelzu, junto a otros agricultores de la zona de Armentia con sacos de patatas y cebollas para la caja de resistencia; era habitual que vinieran de los pueblos de alrededor de Vitoria a dejar alimentos en las parroquias para que los de la ciudad pudiéramos comer”.

Aquel día le extrañó que muchos de los estudiantes de la parroquia de San Francisco de Asís acudieran a la de Belén y, “aunque nosotros no nos habíamos enterado aún de nada, por la hora ya debía estar el follón montado cuando una catequista vino a avisarnos y mandarnos a todos a casa”. 

Barricadas y sirenas

Aquel 3 de marzo del 76, las calles estaban peor que nunca, más griterío, barricadas, sirenas por todos los lados, mujeres en los portales y en casa de Aitor, sin noticias de su padre, para esas horas de la tarde ya se hablaba ya de tres muertos. “Eso nos impactó”, confiesa.

Más tarde, Guillermo llegó a casa, fastidiado. “Recuerdo verlo postrado en la cama y a una mujer que venía a curarle; en dos semanas no fuimos al colegio, aunque sí salíamos a la calle, hasta que la cosa se complicaba y nos mandaban a casa”.

Café y manzanilla

Y así pasaron los días posteriores a la masacre de Zaramaga, con miedo y cada día más follones.

“Mi abuela y mi tía se vinieron a vivir con nosotros porque no querían estar solas en el Casco Viejo y hacían café y manzanilla para los que entraban a casa a refugiarse porque detrás venían los grises; los niños no íbamos a funerales ni asambleas.

El primer aniversario al que acudí fue a escondidas, pero mi padre me pilló y me gané una buena bronca.

Empecé a movilizarme con la cuadrilla, a militar hacia 1984-86; desde entonces no he fallado a una cita, para pedir justicia y que los trágicos hechos del 3 de marzo de 1976 no caigan en el olvido”, reivindica.

Aquellos luchadores

“Tengo muy claro que de aquellas luchas y reivindicaciones es de lo vivimos hoy; siete muertos encima de la mesa, pero las mejoras sociales logradas permitieron a muchas familias mandar a sus hijos a estudiar, terminar de pagar el piso y acudir al trabajo en coche en lugar de en bici o en una mobilete; hoy en día vivimos de lo que consiguieron aquellos luchadores”.