Jubiletxes, clubs de pensionistas, hogares de jubilados… los centros sociales de personas mayores tienen un sinfín de nombres, pero un objetivo común: dar cabida a las necesidades de los mayores de nuestra sociedad. Sin embargo, las cifras reflejan el declive que han sufrido en los últimos años. Mientras en 2011 un 70% de la población de la tercera edad era socia de algún centro, en 2021 los datos cayeron en picado hasta el 40%.
Y el motivo es claro: en muchas ocasiones no han avanzado acorde con la sociedad. Así lo explica Nerea Almazán, la coordinadora de Helduak zabaltzen, una iniciativa impulsada por el Gobierno Vasco y Euskofederpen que pretende facilitar la transformación y adaptación del modelo de estos centros, así como el acompañamiento hacia la digitalización. Su finalidad es adaptarlo a las necesidades de las personas mayores, de la población actual y del futuro para hacerlos más atractivos y útiles, y que la sociedad tenga mayor conciencia e implicación sobre dichos centros.
Y es que tras realizar un estudio sobre estos espacios, la conclusión es clara: “Son grandes recursos pero si no queremos que se mueran hay que hacer un cambio”, sostiene Almazán. En los últimos años, la sociedad ha avanzado y han emergido recursos como centros cívicos, casas de mujeres… y eso ha provocado que se haya dado la vuelta a cómo dar respuestas comunitarias y que mucha población mayor acuda a otros recursos.
Según la investigadora del Instituto Matia, las nuevas generaciones no se sienten atraídas por estos centros. Y “el edadismo también juega un papel importante”. Ya que expone que existen prejuicios como que en estos centros “solo te echas un carajillo, o juegas a las cartas sin aportar nada a la sociedad. Y eso no es cierto”, insiste.
Por el mismo camino se pronuncia Luis Carlos Matías, presidente de la asociación de pensionistas y jubilados de Araba Las Cuatro Torres: “Los centros de jubilados ya no se limitan en ir a echar la partida. Es cierto que antes se tomaban un café y hasta mañana, pero ahora en la mayoría hacen actividades”, sostiene. Entre ellas, baile, actividades para que los mayores tengan ordenadores para entrar en internet... “Se están haciendo muchas cosas porque el problema del mayor es que se quede quieto”. Es por ello que explica que hacen desde cursos de cocina, hasta bailes para gente con párkinson, o incluso risoterapia. Y es que son espacios donde se crean relaciones sociales, donde se lucha contra la crisis de la soledad, y es el punto de unión con los servicios asistenciales, asegura Almazán. De hecho, es una de las labores que realiza Matías, que explica que tienen montada un área de servicios sociales, “y vamos casa por casa si nos chivan quién está malo, y me voy a ambulatorios, farmacias... para preguntar quién está mal”.
Para comprender mejor los puntos débiles de estos centros, la iniciativa ha puesto en marcha dos proyectos piloto, en Eibar y Erandio, para conocer de primera mano cómo funcionan, y analizar puntos a mejorar. En el caso de Eibar, la claves están en que los centros no vayan de forma independiente, sino “más coordinados”, y colaboren entre unos y otros. También apuntan al modelo de liderazgo en los mismos. Ya que los mayores no tienen la misma disponibilidad de tiempo que antaño. Antes lo gestionaban los mayores, voluntarios, pero cuando se jubilan ahora no quieren otro trabajo. “El modelo de participación ya está obsoleto”, asegura la coordinadora de la iniciativa. Por lo que se ha fomentado la creación de grupos de trabajo.
De esa manera, las nuevas generaciones toman decisiones, y las actividades que se proponen les interesarán más; mientras las personas con el modelo tradicional “pueden seguir yendo a jugar a cartas u 8 horas laborales en la junta, pero los que no estaban cómodos pueden desarrollar nuevas formulas”. Es decir, un modelo de convivencia entre dos generaciones de mayores muy dispares. Y por otro lado, el estudio apunta también a la necesidad de colaborar más estrechamente con las instituciones públicas, como el ayuntamiento de cada localidad, y también, entre los distintos centros de mayores.
Ahora arrancan proyectos piloto en centros rurales, Campezo y Arratzu, tras investigar su funcionamiento, y, como nota positiva observar que “están mucho más integrados en la comunidad que los centros que se encuentran en zonas urbanas”.
Transformación
Así las cosas, en 2024 “veremos lo aprendido y puesto en marcha en las experiencias piloto de este año cómo generalizarlo a Euskadi”, apunta la investigadora. Aunque “no hay un modelo único que encaje para todos”, sí que han identificado puntos en común en Eibar y Erandio: la necesidad de ser más abiertos con la comunidad, ya que “están centrados en sus cuatro paredes”. “Hasta ahora seguían una estructura en la que mucha parte de la población no encaja”. Por lo tanto, “la clave esta en que las decisiones se tomen entre mucha más gente”, y transformar los centros de mayores hasta convertirlos en centros de ocio atractivos.
También insiste Almazán en la importancia de cambiar la imagen social de estos centros. “Hay gente mayor que no se reconoce en ellos porque piensan para qué voy a ir si es un sitio donde hacer amigos y yo ya los tengo, o hacer excursiones si yo ya viajo”. Pero, “es un sitio donde colaborar, y pensar en el bienestar del pueblo. Es clave para responder a las necesidades de la comunidad, no solo dan bienestar al mayor, sino a todo el pueblo”, zanja Almazán. l
en corto
l Proyectos piloto. En Eibar el objetivo es generar una red de trabajo colaborativo entre los centros de la localidad, aumentar la estrategia y planificación dentro de los centros y transformar los modelos de participación. En Erandio, crear conciencia de un recurso público, municipal y de cercanía y aumentar la apertura del centro.