Esta semana han pasado ante la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) las partes del conflicto palestino y varios de los líderes globales que tienen algo que decir al respecto de su resolución. Oídas las partes, la sensación resulta decepcionante, de auténtica desazón y honda preocupación por el devenir del conflicto y, lo que es más importante, de las personas que se encuentran atrapadas en él. Si Mahmud Abás, presidente de la Autoridad Nacional Palestina –órgano que goza del reconocimiento internacional para representar los intereses del pueblo palestino– se vio impedido de entrar en Estados Unidos, Benjamín Netanyahu ha sido recibido como un amigo por el eje ultraconservador internacional, tras eludir la acción de la justicia internacional hasta alcanzar suelo norteamericano. Si el primero emitió un mensaje de auxilio y ofreció colaborar para el fin de la matanza, deslegitimando la actividad terrorista de Hamás, el segundo exhibió con orgullo su estrategia belicista y la envolvió en reproches, falsedades y arrogancia, haciendo muy difícil no tomar partido desde un puro criterio ético. No obstante, ese criterio sigue estando ausente de las decisiones y esa ausencia imposibilita construir una expectativa realista de conseguir el fin de la matanza y la estabilidad en la región que permita la convivencia de dos Estados legitimados, hebreo y árabe. Al movimiento de repulsa, cuyo calado social es indiscutible en Europa y que motivó ayer el abandono de la sala de los representantes de multitud de países ante la llegada del primer ministro israelí, no le acompaña la debida contundencia y celeridad en la intervención diplomática. El genocidio es diario, pero las deliberaciones para buscar formas de detenerlo toman meses. Y, en este impasse constante, se pierde el liderazgo que debe corresponder a los actores políticos representantes del sentir ciudadano y a las instituciones llamadas a canalizarlo. Una deriva cuya indolencia abre la puerta a debates más ideológicos que éticos; más escenificados que de calado; más maniqueos que útiles en la política global y en la local. La ONU es hoy un organismo maniatado por su naturaleza, que para ser efectivo requiere asumir unos valores y derechos que desprecian los actores internacionales de mayor influencia. No hay razón para el optimismo. l
- Multimedia
- Servicios
- Participación
