Las primeras horas tras saltar el equilibrio imperfecto del comercio internacional evolucionan dentro de los parámetros previsibles en el marco de las decisiones políticas y los mercados. La severa corrección en los índies bursátiles tiene que ver con la tradicional hipersensibilidad de los inversores a la expectativa más incluso que a los efectos reales. Hoy, la expectativa es la de una recesión aceptada y propiciada en Estados Unidos por el círculo de poder de Donald Trump y por el impacto global que se anticipa en forma de contracción del crecimiento en todas las economías avanzadas. Llegan, además, las primeras medidas recíprocas de sanción a las importaciones de productos estadounidenses, con China a la cabeza del pulso, aplicando tasas equivalentes a la importación. El equilibrio entre la firmeza y la prudencia resulta difícil si no se mide el riesgo de combatir el fuego con fuego. Es obvio que los productores europeos –no solo los vascos, españoles, franceses o alemanes– van a padecer en su capacidad de venta al mercado americano. La protección de su actividad, y del empleo que conlleva, demandará un escudo protector en términos de colchón financiero, algo que puede ser también diferencial respecto a la capacidad de resistencia de la economía europea a las tensiones globales. En ese sentido, el marco de coordinación y cooperación ya fue la respuesta más útil a la crisis financiera de 2008, globalizada desde Estados Unidos también. Ese modelo es parte del modelo social europeo y sirve para minorar los impactos en el tejido económico y social, algo que no sucede en Estados Unidos. De hecho, la mayor sociedad de la opulencia del mundo intenta facturar a los demás el coste de su propio modelo. Un modelo de consumo sistémico que animó a la externalización de su producción para hacerlo más asequible a sus bolsillos y que ha degenerado en un déficit comercial arrastrado por su propia demanda interna de productos externos. Es una lección a aprender en Europa. La otra es que el profundo desequilibrio socioeconómico ha sido el caldo de cultivo para el populismo que ahora gobierna allí y aspira a hacerlo aquí. Europa debe afrontar esta crisis desde el colchón de sus políticas públicas, que es diferencial con respecto al resto del planeta, con una negociación inteligente y una cooperación reforzada.