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Editorial

Gaza, una barbarie

Las imágenes hablan por sí solas sobre lo acontecido en Gaza. En una franja de 360 kilómetros cuadrados, la barbarie ha campado, campa y, por lo que desgraciadamente se puede observar estos días, tiene pinta de campar a sus anchas de hoy en adelante. La rotura unilateral del alto el fuego por parte de Israel el pasado martes, con la excusa de una eventual demora del grupo terrorista Hamás a la hora de devolver los 59 rehenes israelíes que aún están en su poder –la mitad, ya cadáveres, según los datos de los servicios de inteligencia del Estado hebreo–, ha provocado un rosario de muertes. Uno más. Las organizaciones que aún trabajan a pie de escombro en aquellas latitudes contabilizan esta semana casi 700 fallecidos. Entre los nuevos residentes en las morgues gazatíes, muchas de ellas improvisadas ante la destrucción total de la mayor parte de la infraestructura civil y del parque de viviendas, hay al menos 200 niños. Esos son los datos de una ofensiva descarnada que no filtra –nunca lo ha hecho– a presuntos combatientes palestinos de la población civil. Nada diferente a lo ocurrido hasta la fecha. No en vano, desde que empezó este conflicto, Naciones Unidas ha contabilizado en Gaza más de 45.000 óbitos, casi un tercio de ellos, de niños. Las muestras de dolor de quienes lloran a las últimas víctimas llenan informativos y páginas de periódico en una letanía constante desde hace meses. La muerte, el dolor y la destrucción se han convertido en el pan nuestro de cada día en este amago de genocidio que aún no ha escrito sus últimos capítulos y que amenaza con sembrar un futuro devastador, con una comunidad al borde del cataclismo y donde los más débiles son, como de costumbre, quienes peor lo tienen. Prácticamente la totalidad de los 1,1 millones de niños de Gaza necesitarán urgentemente protección y apoyo de salud mental, vaticina la ONU. Y, sin embargo, no parece que esta contienda, ejemplo perfecto de la capacidad humana para convertirse en una pesadilla para sus semejantes, sea capaz de despertar a los gobiernos de Occidente más allá de poses y del marketing político. Las ventas de armas a Israel por parte de Europa y EEUU siguen sin que importe su destino, difuso en la conciencia de propios y extraños ya vacunados ante la desesperación de quienes han tenido la desgracia de nacer en un lugar equivocado.