El de Gisèle Pelicot es un nombre que debe pasar a la Historia como el de una víctima valiente, de serena contundencia y representante de millones de mujeres que en todo el mundo sufren diferentes formas de machismo. Desde la más liviana, al extremo que representa la utilización sistemática de su vida y de su cuerpo por otros y las que cuestan la vida a miles de personas. La condena a su marido, Dominique, a veinte años de prisión –la máxima que autoriza la legislación penal francesa a una persona de su edad por violación– puede tener un efecto catártico que también resultaría peligroso. El caso juzgado y resuelto en primera instancia tiene los componentes de esa catarsis social: es un caso muy mediático en el que el consenso general ante la abrumadora contundencia de los hechos era de reprobación y condena antes de que lo determinaran los tribunales; además, el hecho de que la violación colectiva por decenas de hombres de una mujer sometida químicamente e inconsciente se produjera en un entorno geográficamente distante, puede dificultar su traslación a entornos propios. Pero, más allá del titular, esta condena al machismo más flagrante no garantiza un antes y un después en la lucha en favor de la igualdad. De momento, deja el sabor amargo de no haber atendido a la petición de la Fiscalía de penas más elevadas para decenas de los condenados como violadores de Gisèle. Los razonamientos jurídicos de esta decisión no apaciguan el sentimiento de injusticia que provoca. Además, el problema de fondo no queda suficientemente encarado y explicitado en tanto la facilidad con la que se identifica un caso tan flagrante favorece demasiadas veces que se reduzca la importancia de otras formas de machismo. Sin llegar en origen al extremo profusamente difundido del caso Pelicot, sí contienen el germen de actitudes que deslizan la falta de ética por la pendiente de la desigualdad, la cosificación de la mujer y el reforzamiento de una subcultura de la masculinidad tóxica que aflora reiteradamente. El debate sustancial debe combatir el negacionismo, la frivolización y el relato de la victimización de actitudes identificadas como masculinas. Está calando en una nueva generación de un modo alarmante y los compromisos políticos y sociales siguen sin resultar suficientemente firmes para evitarlo.
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