La Organización Meteorológica Mundial (OMM) lanzó ayer un mensaje nítido sobre calentamiento global: estamos perdiendo la batalla. Ni siquiera los compromisos firmados en materia de emisiones se están cumpliendo y los objetivos del Acuerdo de París –limitar el aumento de la temperatura a no más de 1,5 grados– son hoy una quimera. La huella ecológica humana propicia el calentamiento en diversas formas pero casi las dos terceras partes del problema (64%) tienen nombre propio: dióxido de carbono (CO2). Y las emisiones de este gas se han incrementado en los últimos 20 años en lugar de reducirse. Las estrategias de contención se están mostrando útiles pero no son la panacea. Los mecanismos que permiten alcanzar el cero neto en emisiones –como paliar la emisión con prácticas que absorban su equivalente, como la plantación de bosques– son recientes y no reducen la concentración que se acumula ya en la atmósfera. Esto no significa que se deban abandonar sino que requieren de acciones más decididas. La producción de CO2 tiene un origen directamente relacionado con la quema de combustibles fósiles y estos son aún hoy indispensables en la mayor parte del mundo para garantizar el suministro de energía y la movilidad de personas y mercancías. La evidencia de que el horizonte de una subida de temperaturas no es una especulación teórica sino una constatación empírica se complementa con la experiencia científica que acredita que la presencia de niveles de gases en la atmósfera como los que presenta ahora mismo el planeta condujo en el pasado prehistórico a una elevación media de la temperatura de entre dos y tres grados y del nivel del mar de hasta 20 centímetros. El choque de intereses no se reduce a una mera pugna por los beneficios económicos. Es preciso admitir que el propio bienestar humano se ha hecho dependiente de un consumo de energía sin precedentes. El antropoceno se caracteriza por encima de todo por ese factor que sitúa a la humanidad ante la incómoda decisión de encarar un cambio radical de usos y costumbres, que no parece estar en su agenda, o una revisión de nuestras prioridades energéticas. Una difícil elección sobre imputación de costes de generar energía limpia, restricción del consumo e, incluso, el papel de la energía nuclear y sus riesgos.