Deseada por una mayoría de las bases sociales del Partido Demócrata y temida por una parte aún significativa de su aparato, la renuncia de Joe Biden es ya una realidad. Dilatada en el tiempo más allá de lo razonable, la pérdida de iniciativa frente al cierre de filas de los republicanos en torno a Donald Trump no permitía esperar más. El relato de los hechos recientes describe un riesgo de desestructuración de la democracia en la primera potencia mundial, lo que siempre debe ser motivo de preocupación. Al Partido Demócrata le corresponde redimirse de errores pasados. Los equilibrios internos entre corrientes tumbaron su propio plan de transición desde la interinidad de Joe Biden, que nunca fue una solución para más de una legislatura, y el relevo a través de Kamala Harris, como dicta la tradición de la vicepresidencia electa. Harris vuelve a la primera línea pero sigue condicionada por las mismas dudas y divisiones internas que la desactivaron hasta hace unas horas. Sectores clave de su partido aún están por cerrar su adhesión en torno a su persona si está llamada a tener una opción frente a Donald Trump. Pero más allá del alcance de esta necesidad de revisión y catarsis del Partido Demócrata, de purgarse de las dinámicas que han propiciado errores amplificados por sus divisiones y agendas particulares que han mermado su capacidad de ofrecer una propuesta de unidad, el momento en Estados Unidos apela a una revisión más general de los principios de su democracia. El bipartidismo es hoy un instrumento que dificulta la regeneración y el modo en que la estructura del Partido Republicano ha abandonado progresivamente principios antaño irrenunciables para ceder su tramoya al caudillismo populista de Trump debería ser motivo de alarma. Las carencias del modelo institucional para proteger la democracia se proyectan a toda su estructura, con un Poder Judicial cuestionado por su construcción a conveniencia de los liderazgos no ya de corrientes políticas, sino de la personalidad del presidente o el Gobernador de turno; con unas Cámaras legislativas sometidas a los intereses individuales de sus miembros y un sistema de Gobierno federal con los bolsillos atados, que le resta eficacia. La regeneración democrática no terminará con una derrota de Trump pero se hará imposible con su victoria.
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