No hay respiro en Europa a la labor de zapa que realizan las fuerzas de ultraderecha sobre los modelos de convivencia de las democracias liberales. La suya es una estrategia constante orientada a crecer en el respaldo electoral mediante el deterioro de los principios de igualdad, libertad y respeto a la diversidad que inspiraron el valor fundacional del proyecto de construcción europea: la convivencia. Impulsado por el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, el grupo Patriotas por Europa ha unido a europarlamentarios de las fuerzas ultraderechistas de Austria, Portugal, República Checa, Bélgica y Países Bajos, además de la Liga de Salvini, Vox y, ayer mismo, la Agrupación Nacional de Le Pen. Son fuerzas cuyo nexo común es el desmantelamiento del modelo social europeo y su sustitución por un esquema de relaciones de interés económico sin garantías supranacionales. El ejercicio de sus planteamientos ultranacionales acarrearía el inevitable conflicto entre sus propios países, como sucedió en el pasado, pues dejarían de ser socios de intereses comunes al someter a su conveniencia un mero vínculo material. Y, sin embargo, serán la tercera fuerza de la Eurocámara. Orbán, Salvini o la Chega portuguesa no querrían renunciar a la financiación obtenida de la Unión Europea pero estarían encantados de desmontar el entramado jurídico y el control superior de los tribunales Europeos sobre las legislaciones particulares que no cumplen con las normas comunes que aseguran derechos individuales y colectivos. El suyo es un antieuropeísmo utilitarista que aspira a desactivar los mecanismos que limitan el ejercicio del poder sin freno pero que demandan una orientación económica común que beneficie sus intereses. La instrumentalización que Viktor Orbán hace de la presidencia húngara de la Unión reclama una llamada al orden inmediata. En su primera semana como presidente de turno ha barnizado de falsa representatividad colectiva sus viajes a Rusia y China. Actúa con deslealtad hacia sus socios favorecido por la laxitud del Partido Popular Europeo, que le ha mirado como un socio hasta ahora. Es el mismo ejercicio que ha hecho Núñez Feijóo en el Estado español respecto a Vox: su aliado allí donde puede gobernar sin exigencia ética ni protección de principios democráticos.
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