Pese al tono apocalíptico de la derecha española y sus altavoces en relación a la investidura de Pedro Sánchez, el acuerdo del PSOE y JxCat para propiciarla no lo justifica y se orienta más a reconducir hacia el marco de la acción política la crisis que nunca debió salir de ella. Desde las expectativas generadas en torno a la letra del pacto acordado en Bruselas, su contenido puede parecer incluso descafeinado. Ni ruptura del marco legal, ni unilateralidad de la estrategia del soberanismo catalán. El acuerdo conocido ayer habilita el marco de una negociación con limitadas concesiones mutuas. En primer lugar, el relato del origen de la crisis catalana difícilmente se puede rebatir, en tanto es meramente descriptivo de hechos contrastables: desde la campaña judicial del PP contra el Estatut aprobado por los catalanes en 2006, hasta su modificación por parte del Tribunal Constitucional como espoleta de un desencuentro que dio lugar al proceso unilateral de todos conocido. A continuación, el acuerdo identifica los factores del desencuentro –autogobierno y reconocimiento nacional de Catalunya– y describe las discrepancias entre las partes, comprometiéndose a negociar sobre ellas. En el aspecto de los compromisos de ese diálogo entre partidos, no entre instituciones, el texto recoge una verificación internacional y el poso de la bilateralidad está presente en la hoja de ruta hacia el consenso. A cambio, la demanda de un referéndum en Catalunya se reconduce hacia el marco legal vigente a través del artículo 92 de la Constitución, lo que hace desaparecer la unilateralidad como vía de consecución de objetivos. Significativo es el rechazo unánime de Junts y ERC ayer mismo en el Parlament a la iniciativa de la CUP que pretendía poner en marcha precisamente otro referéndum. Entre las reivindicaciones a negociar es reconocible un marco similar al que desde el soberanismo vasco impulsa el PNV en materia de reconocimiento nacional o representación internacional. El cierre de un acuerdo con los jeltzales es la pieza que falta para la investidura de Sánchez, quien deberá acelerar en el diálogo discreto, ya que le ha puesto fecha. En el otro extremo, Núñez Feijóo tiene la opción de desactivar una estrategia en las calles que alimenta a la ultraderecha o intentar liderar el irresponsable discurso guerracivilista de Abascal.