Como era de esperar dados los precedentes y el ácido contexto político actual, el desfile militar con el que el Estado español celebra la festividad del 12 de octubre estuvo protagonizado por los abucheos, silbidos, gritos, insultos y cánticos de contenido ofensivo y pésimo gusto contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Tanto al principio como al final del acto, numerosas personas asistentes como público dirigieron sus iras contra el líder socialista con consignas como “Pedro Sánchez dimisión”, Puigdemont a prisión” y “España es una, no 51”. También profirieron insultos como “traidor” y corearon la infame tonadilla de “Que te vote Txapote” pese a que, tal y como han expresado víctimas de ETA, les produce un inmenso dolor. Estas expresiones son intolerables y son muestra de un talante no democrático. Los gritos contra un presidente de gobierno se ha convertido en una tradición iniciada contra José Luis Rodríguez Zapatero, suspendida durante los mandatos de Mariano Rajoy en Moncloa y que volvió con Pedro Sánchez. Una secuencia sumamente reveladora. La derecha política y mediática ha calentado en los últimos días el ambiente contra Sánchez, justificando lo que califica de “expresiones de protesta” por la negociación del candidato socialista con el independentismo y la posibilidad de que se apruebe la amnistía contra las personas involucradas en el procés y el referéndum de autodeterminación. No es en absoluto casual que señalados dirigentes del PP y Vox, envueltos en la bandera rojigualda y en el contexto de la exaltación al rey, a la princesa y al Ejército español en el desfile, hayan alimentado la posibilidad de los abucheos e insultos matizando que “no les gustan” pero que son expresiones de un sentir generalizado, o que la misma periodista que acuñó el tristemente famoso “A por ellos” desde la tribuna tras la multitudinaria manifestación de Madrid en protesta por el asesinato de Miguel Ángel Blanco firmase ayer mismo un artículo crítico con Sánchez titulado “Y luego pretende que no le piten”. Quienes patrimonializan los símbolos del Estado de ese modo son los mismos que pretenden que éstos sirvan para acoger a todos los ciudadanos que se ven sometidos a ellos. Se trata, por contra, de un imposible ya que si la diferencia política se traduce en ser un mal español, el proyecto común no existe.
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