El pasado mes de junio se registraron las temperaturas más elevadas nunca detectadas en este periodo en todo el mundo, 0,5 grados por encima de la media entre 1991 y 2000 superando el récord previo, alcanzado en junio de 2019. Asimismo, la Tierra alcanzó la semana pasada la temperatura promedio más alta jamás registrada, acumulando tres máximos históricos consecutivos que tuvieron lugar el lunes, el martes y el jueves, según los análisis de un grupo de científicos norteamericanos. Son datos muy preocupantes, que vienen a confirmar la realidad del calentamiento global, un proceso sobre el que los expertos llevan advirtiendo en los últimos años y que ya está teniendo efectos devastadores. La imponente tormenta de granizo que descargó el jueves sobre Gasteiz y Nafarroa y que produjo grandes desperfectos en amplias zonas y arruinó cultivos no es sino un efecto más, a nivel local, de esta situación que no para de agravarse. Para hoy mismo está previsto el inicio de la segunda gran ola de calor del verano, que tendrá efectos en toda Europa, en especial en la mitad sur de la península ibérica, donde se prevé que se superen con mucho los cuarenta grados. El anormal aumento de las temperaturas se debe fundamentalmente al cambio climático sumado al fenómeno de El Niño, cuyas condiciones meteorológicas, según ha advertido la Organización Meteorológica Mundial (OMM), ya se ha desarrollado en el Pacífico tropical por primera vez en siete años y que probablemente haga aumentar aún más el calor a nivel global. El panorama empieza a ser aterrador. Se calcula que las condiciones climáticas extremas en Europa han matado desde 1980 y hasta 2021 a casi 195.000 personas. En el Estado español, el calor terminó con la vida de más de 4.600 personas solo durante tres meses de 2022. El descenso de la temperatura global debe ser una prioridad para todos los estados y organizaciones, y también para la ciudadanía. El acuerdo alcanzado en las cumbres sobre cambio climático de la ONU para contener la subida de la temperatura por debajo de 1,5°-2°C para el año 2100, es ya un objetivo inaplazable, tan urgente como complicado de lograr, sobre todo con el auge de las teorías negacionistas de la extrema derecha que ponen en riesgo no ya el futuro sino el presente del planeta y la vida de sus habitantes.
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