a evolución de los contagios por covid-19 en Euskadi no está siendo excepción de la tendencia que se está registrando en el resto de Europa. Es cierto que el mayor grado de vacunación alcanzado aquí respecto a otros países se traduce en que el impacto hospitalario está siendo por el momento contenido y las medidas de contención puedan atemperarse, al menos para dar ocasión a que la responsabilidad individual y colectiva haga su trabajo en la contención. Pero no es menos cierto que la tendencia que se registra es preocupante en varios sentidos. En primer lugar, la expansión de los contagios corre el riesgo de ser exponencial, como en cinco olas ya padecidas, en las que, como ahora, en cuestión de días se multiplicaron los casos registrados y esto tuvo una traducción inmediata en el tensionamiento de los servicios sanitarios. Además, la transmisibilidad, el ya célebre número reproductivo R0, se ha afianzado por encima de 1, lo que favorece la extensión. En tercer lugar, la generalización de las vacunas en la población juega en favor de una menor gravedad sintomática, lo que muchas veces puede ocultar la verdadera extensión de la nueva ola entre la población. Añadido a todo ello, la percepción de riesgo en la calle no es homogénea. Hay colectivos poblacionales -los más castigados por razón de edad y de situación de salud- con una concienciación muy elevada de las necesidades de protección que conviven con otros -por la menor letalidad de las olas anteriores en ellos, sumada a la percepción de seguridad que aporta la vacunación- más proclives a bajar la guardia. En esta ocasión, cuando ha dejado de ser exagerado hablar de una sexta ola en ciernes, debe evitarse confundir la legítima aspiración de normalidad con una reivindicación de la laxitud en las normas. Las medidas de todos conocidas después de un año y ocho meses de combate contra la enfermedad siguen vigentes y su relajación va en detrimento de todos. La autoprotección ha sido la principal herramienta hasta la existencia de la vacuna y sigue siendo el mecanismo principal para evitar la transmisión. Otras experiencias pasadas nos enseñaron que puede no haber grupos de riesgo pero sí prácticas que lo son. La prioridad de la salud como derecho demanda de todos la responsabilidad colectiva e individual de aplicarnos a preservarla.
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