ras más de un año en un extraño limbo en el que la competición se ha desarrollado y culminado de manera forzosa aunque bajo la inédita condición de la ausencia total de público en los estadios debido a la pandemia, la liga de fútbol arrancó ayer una nueva temporada que volverá a ser extraña por diversas circunstancias -a las que no es ajena la crisis generada por el covid-19- y que, por ello, afronta retos nuevos pero arrastra también viejos déficits y desafíos históricos sin resolver. La gran novedad de este inicio de la temporada reside, sin duda, en el regreso de los espectadores en directo para ver los partidos, aunque con un aforo máximo del 40%. De momento, en la CAV la situación epidemiológica no permite siquiera alcanzar ese porcentaje desde la prioridad de la salvaguarda de la salud pública y el Gobierno vasco ha establecido una asistencia máxima del 20%. La vuelta del público, con ser positiva, supone un reto añadido en la gestión de los clubes, pero también para demostrar el civismo de la sociedad a la hora de cumplir y hacer cumplir las medidas de seguridad. Otra de las características de esta nueva etapa va a ser la ausencia de grandes estrellas. La crisis y las condiciones impuestas por LaLiga han obligado a ello, lo que puede y debe ser una oportunidad para disfrutar de una competición menos adulterada y más equilibrada, uno de los grandes problemas de los que ha adolecido históricamente el fútbol. A este respecto, el reciente acuerdo de LaLiga con el fondo de inversión CVC Capital Partners -ratificado el jueves en la Asamblea General Extraordinaria, con los únicos votos en contra de Athletic, Real Madrid, Barcelona y Oviedo- es consecuencia del gran déficit que ha supuesto un negocio que ha sido gestionado sistemáticamente sobre la base de unas pérdidas económicas millonarias. Más allá de este polémico pacto que puede hipotecar a los clubes durante medio siglo, es necesario abordar de una vez por todas el dimensionamiento del negocio del fútbol desde los presupuestos y costes que están dispuestos a asumir los clubes. Es aquí donde la UEFA debería dar un paso al frente en favor de una competición más igualitaria garantizando un acceso más justo y equitativo a la misma en lugar de que sea objetivo de inversores que lo ven como un mero negocio con beneficios colosales al margen de las derivadas deportiva, social e identitaria que han sido consustanciales a su existencia.
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