ras una legislatura muy corta y al mismo tiempo muy convulsa y en medio de la pandemia de covid-19 que está causando estragos desde hace casi ya un año, la ciudadanía catalana está llamada a las urnas el próximo domingo en unas elecciones más inciertas que nunca y que serán cruciales para su futuro tanto inmediato como a medio plazo en diversos frentes. La celebración de unos comicios en plena tercera ola del covid-19 y con una altísima incidencia del virus en Catalunya es un elemento distorsionador añadido, y de extraordinaria influencia, en una sociedad sobrecargada, sobre todo en los últimos años, de factores ideológica, jurídica y emocionalmente muy potentes en su gestión política. El 14-F, impuesto como fecha electoral tras una polémica decisión judicial, medirá mucho más que las propuestas, programas y personas que presentan cada una de las candidaturas. En primer lugar, no cabe desdeñar la consecuencia final del comprensible miedo al contagio -contando siempre con que puedan solventarse los problemas derivados del rechazo masivo a formar parte de las mesas electorales y que estas puedan constituirse sin mayores incidencias- y su consecuente efecto en un más que probable incremento de la abstención, así como de la dificultad o imposibilidad que tendrán miles de votantes para ejercer su derecho. Será un condicionante crucial que marcará no solo los comicios, sino toda la legislatura. Asimismo, el 14-F medirá también la gestión de la pandemia. En este sentido, ni el Gobierno español ni el Govern salen especialmente bien parados. Con el agravante de que el hasta hace poco ministro de Sanidad del Ejecutivo central, Salvador Illa, es el candidato a president por el PSC. Una de las incógnitas de estas elecciones será el alcance del cacareado efecto Illapero, sobre todo, su propuesta real a futuro y si la etérea tercera vía que parece plantear entre el independentismo y el unionismo -y con qué compañeros de viaje- es viable con unos resultados que se presumen cercanos al empate técnico. Por su parte, el independentismo, cada vez más enfrentado, afronta una complicada reválida en la que sus propuestas o no son del todo claras, realistas o ejecutables sin una gran mayoría o siguen sin ser creíbles. Una encrucijada incierta en manos de una ciudadanía hastiada, temerosa, indignada e incrédula pero que necesita mirar al futuro con esperanza.
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