La calidad de los txakolis vascos es algo indiscutible, pero ha costado mucho superar el sambenito de la acidez que la memoria popular de siglos siempre colgaba al término, en referencia a aquellos vinos que elaboraban los caseríos, para consumo propio o muy local, a partir del fruto de unas vides que, debido a nuestra mítica lluviosa climatología, pocas veces alcanzaban el grado idóneo de recolección, por temor a que alguna enfermedad endémica diera al traste con toda la cosecha y, por consiguiente, con una de las pocas formas de ingresos que tenían las economías domésticas de antaño.
La calidad de los txakolis vascos es algo indiscutible, pero ha costado mucho superar el sambenito de la acidez
“Siempre ha existido ese prejuicio y aún estamos en ello. A veces pienso si no sería mejor dejar de llamar txakoli a nuestros vinos”, subraya Iñaki Suárez, el representante vizcaíno; aunque desde Álava y Gipuzkoa lo consideran una cuestión “superada”, gracias a la fuerte apuesta realizada, en los últimos 30 años, “por nuestros viticultores para formarse en enología y crear bodegas de vanguardia”. Algo que, junto a la unificación de criterios de elaboración, desde la plantación de la vid hasta su embotellado, que trajo consigo la creación de las propias denominaciones de origen -con sus respectivos consejos reguladores siempre pendientes de que cada txakoli etiquetado cumpla con todos los estrictos requisitos de calidad- ha terminado por asentar firmemente las bases de un vino moderno y de indudable personalidad, que se ha constituido en una verdadera joya de nuestra gastronomía.
“Todos tenemos vinazos y enfoques que no nos separan sino que nos unen, pero hay que categorizarlos de modo que el consumidor lo entienda”
A Gipuzkoa llegó en 1989, a Bizkaia en 1994 y en Álava, el Gobierno Vasco la aprobó en 2001 (aunque la presentación de Arabako Txakolina tuvo lugar en 1998, cuando se acogió de forma provisional al Reglamento de los “vinos de la tierra”), y en todos los casos tras unos caminos prácticamente coincidentes, fruto del esfuerzo de un colectivo de agricultores y bodegueros empeñados en conservar unos cultivos tradicionales, que en base a testimonios escritos se remontan al siglo IX, y en el reconocimiento de su calidad.
De hecho, a finales del siglo XX, la superficie de viñedo de txakoli en Álava no alcanzaba las 5 hectáreas y hoy día hay 100, centralizadas en el Valle de Ayala, que aglutina 8 bodegas que, en la añada de 2022, pusieron en el mercado 730.000 botellas; mientras que en Gipuzkoa contaban con 52 hectáreas, repartidas entre Zarautz, Aia y Getaria que, en la actualidad han ascendido hasta 446 hectáreas repartidas por todo el territorio, con un total de 35 bodegas y una producción de 3,3 millones de litros. Por su parte, Bizkaia cuenta con 426 hectáreas de viñedos y un total de 38 bodegas, más 14 productores de uva con marca propia, que en 2022 elaboraron 1.764.711 litros del preciado caldo.