- La inflación domina el debate económico. El incremento de los precios es generalizado y, dentro de una tendencia imparable, una de las vertientes donde más se percibe es en los bolsillos de los conductores. Tras el paréntesis de diciembre, donde la irrupción de ómicron impactó de nuevo sobre la movilidad, las primeras seis semanas del año han devuelto a los carburantes a un panorama alcista que se explica por una conjunción de factores que, en unos casos vienen de lejos -oferta por debajo de la demanda-, pero también por otros de más reciente repercusión, como los elevados precios de otras alternativas energéticas y la crisis en Ucrania.
Esta semana, el precio de los combustibles ha marcado su segundo tope consecutivo después de alcanzar, a nivel estatal, los 1,558 euros el litro de gasolina, en tanto que el gasóleo está a 1,444 euros. No se veían unos registros así desde septiembre de 2012, cuando el litro de gasolina se vendió a 1,522 euros el litro, según las estadísticas del Boletín Petrolero de la Unión Europea. El gasóleo ha igualado esta semana su máximo histórico, que también procedía de aquella semana. En apenas siete días, los precios han crecido un 1,3% y si se toma como referencia lo que llevamos de año, la subida ha sido del 5,3%. Porcentajes que se disparan cuando la perspectiva retrocede hasta las mismas semanas del año pasado. Desde entonces, la gasolina ha aumentado casi un 32%, mientras que el gasóleo lo ha hecho en cerca de un 35%. El mayor aumento de toda la Unión Europea.
En realidad, hay que mirar a noviembre de 2020 para delimitar el comienzo del actual ciclo desbocado de los combustibles. Pese a que el coronavirus golpeaba con dureza -e iba a seguir haciéndolo a lo largo de 2021-, la eliminación de muchas restricciones de viaje en todos los países de la Unión Europea y el anuncio de las primeras vacunaciones en diciembre reactivó la movilidad y el transporte y, por consiguiente, la demanda de carburantes. Se necesitaban combustibles y los grandes países productores, agrupados en la OPEP, lo sabían. Pero ni su oferta de bombeo de petróleo ni la de otros productores externos -Rusia- está al mismo nivel de lo que se necesita, lo que termina provocando un encarecimiento de los precios finales. Además, las energías alternativas a los hidrocarburos -electricidad y gas-, a las que se apela cada vez con más frecuencia no solo por razones económicas sino también ecológicas, no han dado un respiro en los mercados ni, lógicamente, tampoco al consumidor, que se encuentra cada vez más asfixiado por las subidas de precios.
Y a todo esto se suma la crisis abierta entre Occidente y Rusia con Ucrania como escenario principal. La tensión militar se está trasladando a los mercados y los carburantes suelen ser uno de los primeros sectores en sufrir las consecuencias de la inestabilidad. En caso de que se abra un conflicto bélico, el mercado del petróleo podría verse arrastrado hacia un comportamiento aún más inflacionista, ya que habría que ver qué postura toman los diferentes países que componen la OPEP.
Uno de los aspectos más controvertidos es el que tiene que ver con la fiscalidad. El peso de los impuestos se sitúa en torno al 50% del precio final que desembolsa el conductor. Las tasas se descomponen en dos: el Impuesto sobre Hidrocarburos (IEH) y el IVA. El primero es de carácter fijo y consta de un tramo general -0401 euros por litro en la gasolina y de 0,307 para gasóleo- y de un tramo especial de 0,072 euros que se aplica por igual a gasolina y gasóleo. Al IEH se suma el IVA, que es del 21%. Al aumentar los costes de producción por la subida del propio petróleo y de los gastos de transporte, desciende el impacto porcentual de las tasas fijas pero crece la del IVA final que, al contrario que ha ocurrido con el que se aplica en la electricidad y el butano, no ha sido retocado.
El horizonte no se prevé diferente. Las subidas podrían sostenerse en los próximos meses e incluso agudizarse con el verano, cuando se incremente la presión turística y se produzcan más desplazamientos por las vacaciones.