ún estamos inmersos en el confinamiento y distanciamiento físico y social como defensa conductora de una estrategia de supresión y contención de la pandemia que nos aqueja, cuyo desconocimiento real supone una constante (ni se conoce con certeza su verdadero grado de letalidad ni su dinámica de transmisión y contagio). Seguimos enredados en una insuficiencia confusa de datos, a la vez que en un aceleradísimo esfuerzo en crear capacidades comunitarias, sociales y sanitarias para contener su expansión, evitar fallecimientos, identificar, atender y cuidar poblaciones de riesgo así como personas inmunes reincorporables a la normalidad y dar una respuesta plena a la “primera ola de acción sanitaria y sus consecuencias en el sistema de salud”. Pero se solapa el mensaje inconcreto del Gobierno español que convoca a unos nuevos “Pactos de la Moncloa” y transmite una difusa irrupción en una nueva etapa de “estabilización de la epidemia” para transitar hacia una determinada “apertura sucesiva de la economía”.
El presidente del Gobierno español nos tiene acostumbrados a mensajes mediáticos y propagandísticos evocando soluciones que parecerían promover transformaciones profundas y radicales para las que sería imprescindible la irrenunciable colaboración de todos en torno a la unicidad de su propuesta, carente de alternativas, bajo el paraguas responsable de la unidad, la solidaridad, la lealtad, el bien común y, por supuesto, la elección “o conmigo o el caos”. Así que, en esta ocasión, utiliza el recuerdo de los Pactos de la Moncloa, que la inmensa mayoría de la población no sabe ni lo que fueron ni en qué contexto se desarrollaron ni, por supuesto, lo que pretende más allá de una supuesta “reconstrucción nacional”, inevitable tanto para superar el estado de las cosas como para conquistar un futuro incierto tras “vencer esta guerra” que en su leguaje bélico parecería identificar el virus agresor. Guerra, por cierto, que justificaría todo tipo de renuncias (a derechos civiles, libertades individuales, suspensión de derechos políticos…) y, por supuesto, suplantación de instituciones e incluso de aquellos logros que los mencionados Pactos de la Moncloa otorgaron al proceso de reforma de antiguo régimen para construir un, entonces, incipiente y naciente estado de democrático.
La pandemia del covid-19 tiene consecuencias, en términos de salud, mucho más allá de la contención en la que se trabaja. No hay un determinismo temporal, conocido o planificado, respecto al plazo en que ha de mantenerse un confinamiento como el que se está aplicando, ni si se producirán rebrotes en diferentes fases de inmunidad o recuperación o en combinación con ciertos períodos de relajación con el tan comentado proceso de “desescalamiento”, ni mucho menos sobre lo que los expertos en salud pública vienen a describir como “las otras olas sanitarias de la pandemia” una vez logrado “aplanar la curva”, superando el primer embate de la mortalidad y el peligroso colapso de los sistemas de salud. Es decir, antes de entrar en la supuesta dicotomía Salud-Economía bajo el uso y gestión del encierro total y/o una apertura progresiva (que tarde o temprano habrá de darse), siempre con las máximas garantías de protección y seguridad personal, la salud en general y la capacidad de respuesta de los sistemas sanitario y social, ha de tenerse en cuenta la interdependencia de estos dos vectores que, desde una inicial simpleza, parecerían contraponerse en el ambiente de opinión. Es decir, contraponer un estado de confinamiento igual a garantía única y máxima de salud versus apertura económica supone una falsa simplificación, además de un equívoco. “La salud pública solamente funciona si la economía funciona, de la misma manera que la economía solamente funciona si la salud existe y funciona”.
Así, el llamado desescalamiento resulta necesario y no solamente porque los propios sistemas de salud lo exijan, o por la caída drástica del consumo y compra, o porque no podamos destruir el ahorro familiar, empresarial y de país, o porque el empleo desaparezca y no baste con sustituirlo, coyunturalmente, por una renta o prestación pública, o porque nos estemos llevando por delante la educación de las futuras generaciones. También porque el proceso y estrategia de solución sanitaria en curso conlleva fases de diagnóstico, tratamiento, espacios de aislamiento en casa (no todo mundo dispone de una posibilidad real de disponer del espacio y requisitos esperables) y gestión de la población inmune que minimice o suprima el adicional riesgo de transmisión y contagio.
Dicho todo lo anterior, resulta de especial importancia una adecuada planificación y aplicación de un proceso ordenado y eficiente de salida/apertura sanitaria, social, económica, desde la colaboración y corresponsabilidad de todos los agentes implicados en un marco amplio (antes de las últimas crisis lo llamaríamos global) con el concurso de naciones y regiones ricas y no ricas, desarrolladas y no desarrolladas. Una apertura que ha de ser claramente diferenciada por el estado real de la pandemia en cada espacio o comunidad de que se trate (tests y más tests, “pasaportes serológicos” no estigmatizadores), su capacidad de respuesta demostrada, su tejido económico y social, su red de bienestar acompañable, sus capacidades políticas (reales) de decisión, su capacidad de gestión (real), y, por supuesto las personas inmunes incorporables. Este proceso de apertura exige las medidas previas de seguridad y protección, así como de seguimiento, imprescindibles tanto en la vía pública como en los diferentes centros de trabajo, espacios públicos y medios de transporte. Un proceso -no unitario, no único, ni desde la óptica del café para todos- que reclama, también una nueva manera de abordarlo desde las organizaciones internacionales. Es el momento del desafío de Naciones Unidas, de la propia Organización Mundial de la Salud, de la Organización internacional del trabajo, del G-20, del Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, y, en nuestro caso próximo, de la Unión Europea. La forma en que respondan determinará su rol de futuro, la adhesión o rechazo de la gente, su necesidad y rol a jugar, su credibilidad y, en definitiva, su verdadera capacidad para cocrear un futuro mejor.
En este contexto, recordemos que los llamados Pactos de la Moncloa son los Acuerdos para un programa de saneamiento y reforma de la economía y otro, sobre El programa de actuación jurídica y política alcanzados en 1977 en plena legislatura constituyente. Se trataba de un momento preconstitucional, en plena crisis económica (mundial como consecuencia del crash energético-petrolero) y estatal (inflación del 23%). Resultaba imprescindible tejer acuerdos de todo tipo y en todas las direcciones posibles para iniciar una “reforma” desde el antiguo régimen dictatorial a un espacio democrático con el horizonte de una Europa aún conformada por una Comunidad Económica restringida que exigía a la “nueva España” aspirante, una transformación real (hasta 1986 en que finalmente se le dio entrada).
Hoy, por tanto, el escenario es diferente. Se trata de solventar una pandemia y de acordar un plan de salida y rescate de una economía dañada de forma coyuntural. Es, efectivamente, una necesidad urgente y extraordinaria que desearíamos integrada en la coherencia de un plan de futuro, compartido y no impuesto con la excusa de un momento de urgencia. Hoy no es 1977, el Estado está organizado de forma diferente, está institucionalizado en diferentes niveles y desde vocaciones políticas, económicas y de voluntad de autogobierno diferenciadas. Si en verdad se quiere aprovechar para abordar una transformación radical y afrontar las nuevas demandas económicas, sociales, judiciales, políticas, institucionales, no ya provocadas por la pandemia del covid-19 sino previas, habría que empezar por desandar los pasos dados en la organización de la respuesta dada a la pandemia. (¿cómo se puede poner al frente de la misma a un Ministerio de Sanidad desentrenado, sin capacidades y competencias técnicas, abandonadas hace más de 30 años con el sucesivo traspaso de competencias a las Comunidades Autónomas responsables reales de sus redes y sistemas de salud? ¿Qué sentido tiene exaltar a un ejército con terminología de guerra y asumiendo funciones que no le corresponden? ¿Cómo se puede establecer un mando único de Interior por encima de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado con competencias y dependencias propias? ¿Qué sentido tiene hablar de cooperación con los presidentes de los diferentes gobiernos autonómicos, auténticos representantes ordinarios del Estado en sus respectivos territorios, para informarles lo que han leído en la prensa amiga de Moncloa?)
Es momento, sí, de superar la pandemia. Es momento de poner el foco en la solución sanitaria (en sentido amplio y no solamente en fase de contención), de poner a su servicio la economía y las políticas sociales y comunitarias que la hacen posible. Es momento de un plan de desescalamiento y de recuperación progresiva de la actividad económica. Es, también, momento de recuperar el orden institucional, competencial y de comprometerse en un nuevo futuro y de apostar por la inevitable reconfiguración del Estado y el poder político que lo haga posible.
Si en verdad se entiende qué, tras esta pandemia, han cambiado actitudes y comportamientos, valores de un sociedad preocupada y deseosa de comprometerse con nuevas maneras de construir su futuro, entonces sí merecería la pena un gran nuevo pacto con mayúsculas. Si, por el contrario, es una iniciativa coyuntural para volver a la “vieja normalidad”, basta con volver a las recetas de antaño: un paquete financiero amplio, un determinado plan especial de rescate de empresas en dificultad coyuntural, recurrir a nuevos presupuestos y márgenes de endeudamiento a largo plazo y una cadena de decretos (sabedores de que su posterior tramitación parlamentaria, lenta y farragosa, terminará haciendo un papel ómnibus para introducir asuntos ajenos al motivo principal del mismo, dando tiempo a que la mayoría de la población se haga inmune al contagio y las soluciones farmacológicas, terapéuticas y vacunas estén disponibles, dando fin a esta pesadilla).
Entre tanto, mi agradecimiento a todos quienes trabajan todos los días, enfrentándose a la enfermedad, volcados en el cuidado, atención a la sociedad y comprometidos con la construcción de un país, de una economía, de unas empresas e instituciones que lo hacen y harán posible.