Llevo días leyendo noticias que de forma instintiva me retrotraen a cuando teníamos diez años menos. Aquellos días (últimos meses del 2007) eran de vino y rosas para el consumismo compulsivo, pero empezaban a verse alterados por las primeras dentelladas de los colmillos de una crisis provocada por la ciclogénesis financiera explosiva que traían, en aquel diciembre de hace una década, titulares mediáticos como las pérdidas millonarias en la Unión Bancaria Suiza (UBS) por valor de 10.000 millones de dólares o en Morgan Stanley por otros 9.000 millones de dólares, como consecuencia de sus activos financieros expuestos al sector inmobiliario.

Esto ocurría, insisto, hace diez años. Hoy las noticias nos hablan, por ejemplo, de fuertes incrementos en los créditos al consumo en esta Navidad o en el precio de la vivienda. En ambos casos la correspondiente información viene revestida y difundida con presunciones optimistas al ser interpretadas como síntomas de la recuperación económica. No importa, o no se tiene en cuenta, que la deuda de las familias está aumentando en los créditos al consumo por la sencilla razón de que el balance acumulado del pasivo registra una reducción como consecuencia del descenso en la deuda hipotecaria. Otro tanto se puede decir del precio de la vivienda. Los porcentajes de subida en este último año son los mayores desde 2007, en algunos casos supera en cuatro veces el IPC o la subida media salarial. Pero se nos dice que el precio está aún muy por debajo del marcado en el ejercicio de referencia. Y todos tan contentos.

Pues bien, con estos datos en la mano, tengo la impresión de que nuestra memoria es bien frágil. Aún no han cicatrizado las dentelladas de la crisis (Paro, desahucios, pobreza energética, etc.) y ya estamos embarcados en un proceso que se asemeja al de los años previos a la gran recesión. Quizás se deba al hecho de ser víctimas de un virus neoliberal que ha reseteado nuestro disco duro hasta hacernos olvidar las claves para entender el sufrimiento y empobrecimiento de la última década, que se sustancian en el qué; por qué; cuándo; cómo; dónde y quién provocaron el sufrimiento y empobrecimiento de muchos y el enriquecimiento de unos pocos.

El simple hecho de gastar mucho dinero o realizar grandes compras no siempre es motivo de preocupación. El consumo es bueno para la economía, la creación de empleo y la recaudación fiscal. El problema surge cuando se gasta el dinero que no se tiene mediante créditos bancarios para realizar compras perfectamente prescindibles. Les pongo un ejemplo: Kutxabank espera movilizar, en estas Navidades unos 40 millones de euros en créditos al consumo cuyo valor oscila entre 300 y 3.000 euros que algunos se gastarán en cosas superfluas.

Esta situación no es nueva. El endeudamiento de las familias está en aumento en el capítulo de créditos al consumo. Sólo en el pasado mes de noviembre el pasivo de los hogares españoles se ha incrementado en 6.428 millones de euros según el Banco de España. No cabe duda que muchos habrán necesitado esos préstamos, pero otros habrían podido prescindir de él. Del mismo modo, hay que señalar que el incremento medio español en el precio de la vivienda es del 6,7% en el tercer trimestre de este año (5,8% en el País Vasco). Porcentajes muy superiores a las subidas salariales.

Todo ello, como decía, me recuerda a la situación previa a 2007 o, también, a las palabras de uno de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, Benjamin Franklin, cuando decía: “Cuida los pequeños gastos; un pequeño agujero hunde el barco”.