BILBAO - “La generación de confianza se gana día a día haciendo las cosas diferente”. La recomendación lleva la firma de la consejera vasca de Desarrollo Económico, Arantxa Tapia, y la destinataria es la dirección de Siemens Gamesa, que cumplió precisamente ayer un mes sumida en la incertidumbre. Cuando la compañía anunció el pasado 6 de noviembre su plan para despedir a 6.000 empleados en todo el mundo, los trabajadores vascos de la multinacional vieron sus puestos en peligro, al igual que sus 27.000 compañeros repartidos por el planeta.
Sin embargo, en el caso de los 2.000 empleados de Euskadi y Nafarroa la tensión habitual en estas circunstancias se ha visto amplificada por los “bandazos informativos y el lío de datos” que ha generado la compañía, tal y como los calificó Arantxa Tapia el martes, 12 horas después del último giro inesperado en los acontecimientos. La dirección ha accedido finalmente a negociar bajas incentivadas y prejubiliaciones y ha renunciado a realizar despidos. Pero en los últimos 30 días, Siemens Gamesa ha perdido credibilidad y, al mismo tiempo, ha dejado entrever que las cartas con las que juega no son tan buenas para Euskal Herria como se podía suponer en un principio.
del guiño vasco al rodillo alemán El hecho de que la sede social y fiscal se mantuviera en Bizkaia a pesar de que el accionista alemán se hizo con las riendas o la decisión del consejero delegado de la compañía, Markus Tacke, de trasladar su domicilio a Algorta fueron interpretados como un guiño a las raíces vascas de la pieza de menor tamaño del proyecto.
Fue un triunfo de los que habían apoyado la alianza, porque entendían que se reforzaba el potencial de crecimiento en Euskadi, frente a los que se habían mostrado críticos ante el temor de que la estructura vasca se diluyera dentro de la alemana. Lo cierto es que, más allá de los gestos, Siemens pasó después su rodillo para copar los principales puestos en la dirección. Uno a uno han abandonado la empresa los apellidos vascos que protagonizaron el nacimiento de Gamesa y su crecimiento hasta convertirse en uno de los líderes mundiales del sector eólico.
De forma paralela, la multinacional se ha quedado sin fuelle en bolsa y sus acciones han perdido más de un tercio de su valor desde su debut a mediados de año. Apenas dos semanas antes del anuncio del ajuste laboral, recibió un fuerte revolcón en bolsa tras rebajar su previsión de beneficio y poco después se llevó otro por el retraso en la presentación de su plan estratégico, que verá la luz el próximo mes de febrero. Ahora se ha sabido que la dirección avanzaba en la elaboración de otro plan, orientado en su caso a prescindir de una quinta parte de su plantilla. Cuando lo hizo público, la compañía eludió concretar los despidos en Euskadi con el argumento de que debía informar primero al comité de empresa.
Antes de hacerlo trasladó a la administración vasca que el ajuste no tendría impacto en la CAV o en el peor de los casos sería mínimo. El encuentro con la plantilla tardó varios días en producirse tras cancelarse un par de reuniones poco antes de empezar. Y aun así, cuando por fin se sentaron, tampoco se aclaró el personal afectado. Habían pasado ya casi dos semanas desde el anuncio del ajuste y entonces se trasladó al Gobierno Vasco que solo habría una veintena de despidos en la sede de Zamudio y que las fábricas de Mungia y Asteasu se quedaban al margen. Poco después Siemens Gamesa anunció públicamente su intención de prescindir de 48 trabajadores en Zamudio. Lo más curioso es que subió la cifra en Bizkaia mientras rebajó el número total en el Estado de 408 a 272.
Tapia se sintió “engañada” por la compañía, que se escudó en que la mitad de las bajas serían voluntarias. Dos semanas después, otro bandazo desactiva el ERE, todas las bajas serán voluntarias y se abre una negociación. Los sindicatos han dado credibilidad al cambio de postura y el Gobierno Vasco se ha comprometido a colaborar, pero la incógnita es qué ocurrirá si la compañía no encuentra los voluntarios que necesita para rescindir 48 contratos en Zamudio.