Es bien sabido que el éxito o el fracaso, con sus alegrías y penalidades, no viene solo, ni cae del cielo como el bíblico maná. El tiempo pone a cada uno en su sitio y, en este sentido, la pasada semana deja sobre la mesa de reflexión y decisión el Libro blanco sobre el futuro de Europa, elaborado por la Comisión Europea y presentado por su presidente, Jean-Claude Juncker, que, pese a su importancia está pasando casi desapercibido como consecuencia, quizás, de los exabruptos de Trump o del eurodiputado polaco Janusz Korwin-Mikke que proyectan un mayor recorrido mediático.
Sin embargo, ese libro blanco resulta ser crucial en el devenir de la construcción europea que dentro de unos días (27 de marzo) recordará el 60 aniversario de la firma del Tratado de Roma. Pues bien, en vísperas de la efemérides, el citado documento con sus cinco posibles escenarios sólo nos deja la impresión de que, lamentablemente, Europa es una pura contradicción. El momento parece adecuado para reflexionar sobre la refundación europea. Ahora bien, con Reino Unido en la puerta de salida, bajo la presión de Trump y de Putin y sin olvidar a China que reclama su cuota de poder geopolítico o la amenaza terrorista, así como la crisis de los refugiados, la realidad es contradictoria.
El Libro blanco hace autocrítica con un diagnóstico demoledor: “La Unión ha estado por debajo de las expectativas en la peor crisis financiera, económica y social en la historia de la posguerra”, para agregar que “la recuperación está mal distribuida entre la sociedad y las regiones”, hasta el punto de que las secuelas de la crisis “han sembrado dudas acerca de la economía social del mercado”. Y, en referencia a Trump, el dictamen añade que “un poder blando ya no es ser poderoso cuando la fuerza prevalece sobre las reglas”.
Pero, a la hora de la verdad, decepciona al omitir referencias a la austeridad impuesta desde Bruselas (y Berlín) y sus consecuentes recortes sociales. Sólo reconoce una preocupante pérdida del apoyo ciudadano (la imagen positiva de la UE ha caído al 35%, siete puntos menos que hace dos años) y agrega que “existe el riesgo de que la actual generación de jóvenes acabe teniendo unas condiciones de vida peores que sus padres”.
1. Seguir igual. Es decir, la UE a 27 trataría de aplicar la actual agenda con el peligro, reconocido por la Comisión de que la integridad de la UE podía verse en entredicho.
2. Sólo mercado único. Preservaría las cuatro grandes libertades (personas, mercancías, servicios y capitales) y el mercado único se convertiría en la única razón de ser de la UE. Bruselas admite que la cooperación sería limitada y “se pondría en riesgo la integridad de la moneda única y su capacidad para responder a una nueva crisis financiera”.
3. UE a varias velocidades. Se trata de incentivar varias velocidades en las agendas fundamentales al objeto de evitar que los vetos impidan avanzar a quienes quieren hacerlo. Pero no se indica hacia dónde se quiere avanzar.
4. Europeizar lo europeizable. Se trataría de decidir qué asuntos son claramente europeos e ir a fondo en esas agendas: dedicar todos los recursos de la Unión a un número limitado de áreas y dejar de lado las políticas que pueden hacerse mejor a nivel nacional, regional o local.
5. Los Estados Unidos de Europa. Una Europa federal con grandes transferencias de poder de las capitales a las instituciones europeas. El sueño de los federalistas: Un presupuesto mayor, podría vetar las cuentas nacionales, se emitirían eurobonos, habría un ejército europeo.
Llegados a este punto, y para terminar, quiero recordar aquí un ajustado y riguroso prólogo al proyecto europeo señalado en 1943 por Jean Monnet: “No habrá paz en Europa, si los Estados se reconstruyen sobre una base de soberanía nacional (...) Los países de Europa son demasiado pequeños para asegurar a sus pueblos la prosperidad y los avances sociales indispensables. Esto supone que los Estados de Europa se agrupen en una Federación o entidad europea que los convierta en una unidad económica común.”