sin prisa pero sin pausa. Como esa ‘gota malaya’ que, poco a poco, cae sobre el inmovilizado reo (ciudadanía), el poder financiero va cerrando el ‘círculo virtuoso’ que les devolverá la capacidad de regresar al capitalismo de casino que provocó hace casi una década la gran recesión económica de la que aun no nos hemos recuperado. El sector bancario se frota las manos ante el escenario que se ofrece con la orden ejecutiva firmada por Trump que desmantela las presiones ejercidas por la Ley de Reforma Financiera aprobada por Obama en 2010.
Es la ‘contrarreforma’ a las medidas para controlar la actividad bancaria. La citada ley, conocida como ‘Dodd-Frank’, aspiraba, entre otras cosas, frenar los abusos del sector; proteger a los consumidores; descartar el rescate público con cargo a los contribuyentes e imponer la regla Volcker, que separaba los distintos negocios, impedía especular con las acciones propias y restringía las inversiones en hedge funds, los fondos de alto riesgo. La orden ejecutiva de Trump necesita que el Departamento del Tesoro presente un plan sugiriendo los cambios regulatorios más adecuados, pero Wall Street ya digiere que los bancos se verán libres de los grilletes legislativos impuestos por la Administración Obama hace seis años.
Por si la memoria nos falla, es obligado señalar que la crisis económica, calificada como ‘Gran Recesión’, fue originada en EE UU debido a los fallos en la regulación financiera, materializados en la gran cantidad de delitos cometidos por la banca y la sobrevalorización de productos elaborados con hipotecas basura. Pues bien, para evitar que se pueda repetir la misma situación surgió la citada ley aprobada por Obama, la reforma bancaria de la UE y los ‘Acuerdos de Basilea III’ promovidos por el Foro de Estabilidad Financiera y el G-20, con el objetivo de fortalecer y regularizar el sistema financiero occidental. Todo ello puede convertirse en papel mojado en apenas unas semanas.
Esa presunta ‘nueva democracia’ empieza a tomar cuerpo, no nos engañemos, en las medidas que quiere imponer Trump y, con la ayuda del Brexit, terminarán por afectar a Europa. Mejor dicho, a los trabajadores y contribuyentes de la UE.
Claro que, por otro lado, las ‘órdenes’ de Trump no son ideas personales de un sujeto llegado a la Casa Blanca como un elefante en una cacharrería. No. Como tampoco este señor ha ganado las elecciones sorprendiendo a propios y extraños. En realidad, si está donde está se debe a la aquiescencia del poder financiero que no deseaba la continuidad de Obama personificada en Clinton. Quería regresar al capitalismo salvaje que provocó la crisis. El mismo que controla los grandes fondos de inversión o que forma parte del ‘Club Bilderberg’. Para ello, nada mejor que contar con un ‘tonto útil’, capaz de las mayores barbaridades.
Trump, al igual que otros ‘tontos útiles’ europeos, está al servicio de quienes aspiran al casino desregularizado. Las medidas de Obama, la reforma bancaria europea o Basilea III son piedras en el camino para la desmesurada ambición de quienes desean hacer realidad lo que augura el profesor emérito de Princeton, Sheldon Wolin en su libro ’Democracia S. A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido’. Por ello necesitan una contrarreforma financiera que, inicialmente, puede tener síntomas de ocurrencias enajenadas pero ya se ocuparán ellos de establecer cierta prudencia cuando la desregularización sea un hecho.
Dudo mucho que la UE, atemorizada por el Brexit y fracturada por objetivos electoralistas, sea capaz de responder al neoliberalismo y defienda a la ciudadanía.