Tal día como ayer hace 30 años, en 1986, Gipuzkoa amaneció conmocionada con la noticia de la muerte del empresario José María Aristrain Noain. Había fallecido en la tarde del día 20 de mayo en un accidente de helicóptero cuando sobrevolaba la Costa Azul francesa, dirigiéndose del festival de Cannes a Niza. Le acompañaba, entre otros, Anja López, un rostro conocido de la alta sociedad de Mónaco y con la que la prensa rosa gala le relacionaba sentimentalmente. En aquel momento, Aristrain, un hombre de origen humilde que comenzó recogiendo chatarra en el río Oria entre Ordizia y Beasain, era el segundo hombre más rico del Estado español por detrás de José María Ruiz Mateos. “Mujeriego”, asiduo de “casinos y campos de golf”, sus cerca de 1.800 trabajadores lloraron su muerte. Fue un Onassis a la vasca que donó más de 1.000 millones de pesetas a proyectos deportivos y sociales.

Sus restos reposan en Ordizia junto a los de sus padres, hermanos y esposa, Cari de la Cruz, en un panteón familiar, cerquita de la casa en la que vivió hasta que se mudó a Madrid por las amenazas de ETA. El barrio de Ihurre que construyó frente a la fábrica de Olaberria para sus trabajadores y su contribución a la escuela profesional de Goierri, de la que fue impulsor y presidente durante seis años, son parte de su legado.

Ayer se cumplieron 30 años de su muerte y próximamente hará 100 de su nacimiento, pero ya pocos reparan en él, pese a que fue el rey de la siderurgia vasca. Todo un magnate. Un “hombre hecho a sí mismo”, que vivió penurias de joven y se erigió en “protector” de los suyos cuando amasó una ingente fortuna que aún hoy mantiene a su hijo José María Aristrain de la Cruz como uno de los principales accionistas particulares de la multinacional ArcelorMittal.

El grupo de empresas de Aristrain facturó en 1985, un año antes de su muerte, unos 50.000 millones de pesetas: 300 millones de euros. Aristrain se codeaba con lo más granado de la política y la sociedad. Fue recibido por el presidente francés Charles de Gaulle, el Papa Juan Pablo II y las autoridades de la URSS, a donde comenzaron a exportar sus acerías.

una vida “entre dos aguas” ¿Pero cómo era el hombre que comenzó recogiendo chatarra del río y acabó sus días en portadas de periódicos? Quienes le conocieron le describen como un hombre “muy inteligente y tremendamente religioso”. Una persona con “don de gentes, pequeño de estatura, muy guapo de cara y educado”, que entendió que “la mejor manera de prosperar era el relacionarse”, explican personas cercanas.

Cuentan que “su doble nacionalidad (nació en Tandil, Argentina, en 1916), le “permitió importar manganeso de América en barcos, necesario en la fabricación de acero” y que “se manejaba con soltura en las grandes esferas”. Pero ante todo, admiradores y detractores reconocen su faceta de gran empresario “que pagaba bien a sus trabajadores y no tenía conflictos laborales”. Sus empleados destacan que les “llamaba a todos por su nombre”.

Aristrain no renunció a las oportunidades que le brindaba el régimen franquista y eso le provocó enesmitades en la que sentía como su tierra. “Tenía una estrecha relación con el político Gregorio López Bravo -falleció en el accidente aéreo del monte Oiz en 1985-; de hecho, dos de sus hijos trabajaron en Altos Hornos de Bergara, empresa a la que también llegaron los tentáculos de Aristrain.

El magnate guipuzcoano fue objeto de amplios reportajes en periódicos de tirada nacional como el ABC tras fundar su fábrica de Olaberria en 1955; recibió la Medalla al Mérito del Trabajo y fue consejero del Banco de España y el Banco de Fomento. Fue administrador único y propietario de todas sus compañías. Un empresario de los que ya no hay.

benefactor y “protector” Creó en 1969 la Fundación José María Aristrain, a la que dotó con 1.000 millones de pesetas: seis millones de euros de hoy. Contribuyó económicamente a la construcción de las pistas de atletismo de Altamira en Ordizia -ahora remodeladas- y a la casa de cultura; y al mismo tiempo donaba dinero para otras causas como los afectados por la rotura de un embalse en Galicia. Su figura fue reforzada por el régimen franquista como ejemplo de progreso de España y a su muerte el diario Egin le definió en un perfil como “chatarrero, franquista y multimillonario”.

Pero fue mucho más. Dicen sus allegados que amaba su tierra, y que “vivió entre dos aguas siempre”. Adorado por unos y odiado por otros... Cuenta Nati, viuda de un primo suyo (Graciano), que “siempre vivió con la pena de no haber podido aprender euskera”. Murió con ella. En un helicóptero, sobrevolando la Riviera francesa, donde tenía una casa. Viudo desde 1978 y con 69 años.

el caserío de oskoz y la bici Todo partió del valle de Imoz, en Navarra, en las inmediaciones de Irurtzun, de donde provenían sus padres, José Aristrain Iñurrieta e Inocencia Noain. Un matrimonio que se vio empujado por la pobreza a emigrar a Argentina, donde nació el que a la postre sería uno de los hombres más ricos de Europa. Cuando el pequeño José María tenía tres años la familia regresó y se instaló en Ordizia, donde ahora yacen todos. Se alojaron en un caserío que había entonces en donde se sitúa la actual estación de tren.

Era una familia pobre con dos hijas y tres hijos. Uno de ellos, Celestino, padecía una parálisis cerebral. Cuenta Nati que José María “le cuidaba y le protegía”. Pero la familia no tenía dinero suficiente para comprar una silla de ruedas.

Siendo joven, José María -recuerda Nati-, “solía realizar escapadas en bicicleta” hasta Oskoz, Navarra, al caserío de la familia Noain, donde vivían sus primos y pasaba días. “Él siempre se sentía orgulloso de su gente y de su tierra; ensalzaba constantemente el valor del trabajador vasco y se sentía también navarro”, explica.

Llegó a ser profesional de la bicicleta. En 1939 ganó la Vuelta a Navarra y estuvo varios kilómetros escapado en una etapa de la Vuelta al País Vasco, según cuentan crónicas de la época. Sudor y sacrificio marcaron su vida. Le tocó trabajar desde los 14 años. Probó varias faenas y a los 18 entró en CAF, en Beasain, para, más tarde, comenzar a tratar con chatarra por su cuenta. Ya se le veía olfato.

marcado por el dolor Creó una chatarrería en el barrio San Juan de Ordizia y más tarde conoció a Cari de la Cruz, que “procedía de una familia adinerada que había hecho negocio en el mundo de la chatarra y era algo mayor que él”, cuentan sus allegados. Adoptaron a sus dos hijos, José María y Ángeles. Dicen personas cercanas que el padre de Cari, de Elgoibar, les compró un camión como regalo de bodas y que con él impulsó José María su carrera.

Explican que “siempre vivió con el dolor del accidente que costó la vida a su hermano discapacitado en 1953, con solo 25 años. Celestino, al que había comprado por fin la silla de ruedas que no pudieron permitirse antes. “Fue atropellado en su chatarrería por un camión que dio marcha atrás sin verlo”. También echó en falta “no haber tenido una familia, en su sentido más amplio, debido a la pobreza”, añaden.

Cuando creó la fábrica de Aristrain en Olaberria en 1955 -la abrió allí porque le denegaron el permiso en Ordizia, según cuentan-, comenzó su escalada hacia la riqueza. Colocó a sus hermanos al frente del sector de transportistas de sus empresas. Su carrera se disparó hasta el cielo y cayó sobre el mar de Cannes en 1986. En su funeral, el 22 de mayo de 1986, a las ocho de la tarde, Ordizia se colapsó por completo y el pueblo quedó “conmocionado”. Hoy, 30 años después y tras la muerte de su hermana Juanita en 2013 (a los 97 años), los Aristrain parecen gente de otra época en Ordizia.