el título de estas líneas resume la caótica, errática e incierta situación que vive la economía europea. Las últimas medidas del BCE ponen de manifiesto la persistencia de riesgos reales, traducidos a las presiones deflacionistas y un menor crecimiento, factores determinantes que inclinan, en palabras de Mario Draghi, “las perspectivas de crecimiento de la eurozona a la baja”, al tiempo que “están relacionados con el incremento de las incertidumbres en la economía global y con los mayores riesgos geopolíticos”. Dicho en otras palabras, la economía europea sigue estancada en el mismo punto que hace dos años, cuando comenzaron las medidas expansionistas de liquidez del BCE.

Superada la gran recesión, el BCE ha puesto toda su artillería monetaria, aunque contara con el voto negativo de los representantes del Bundesbank y del banco central holandés. Todo un golpe de efecto que ha dejado cortas las previsiones de expertos y se resume en una nueva rebaja del precio oficial del dinero hasta el 0%, recorte de la facilidad de depósito, ampliación del programa de compra de deuda y puesta en marcha de una nueva inyección de liquidez que reducirá los costes de financiación del sector bancario. Por si esto no fuera suficiente, ha hecho más regalos a la banca que impulsarán todavía más sus maltrechos (hasta ahora) resultados. El principal es la extensión del programa de compra de activos de deuda.

Pese a todo, y transcurridos unos días desde el anuncio de las nuevas medidas, los analistas no terminan de ver un horizonte claro y mucho menos optimista. Hay muchos nubarrones en el firmamento mundial que no ayudan para despejar las dudas sobre el futuro de países como China, la evolución del precio de las materias primas, principalmente el petróleo, y el estado de salud de entidades financieras como el Bundesbank. Sin olvidar que las medidas de austeridad de los últimos años han provocado un empobrecimiento generalizado en buena parte de la ciudadanía europea, especialmente en los países deudores.

Estos datos, unidos a los del paro, donde la economía española lidera, tras Grecia, las tasas negativas, evidencian que no sólo se ha perdido toda una década, también se producido una grave fractura social en la UE como consecuencia de la propia crisis y de las medidas de austeridad implementadas por la Troika, tan ineficaces para el empleo y el consumo, como destructivas del estado de bienestar, mientras que la política de comercio internacional era permisiva con China, cuya opacidad impide conocer el verdadero estado de su economía, pero todo el mundo teme al tsunami que puede provocar si frena su crecimiento.

Ahora, las medidas del BCE han vuelto a provocar una jornada eufórica en las bolsas (el viernes), lo cual ni es una novedad ni es una referencia, dado que se mueve en base a las previsiones de negocio financiero. Pero esas medidas siguen pareciendo ineficaces para alcanzar el paraíso, que no es otra cosa que la reactivación efectiva y eficaz de la economía real, medida en parámetros de recuperación del tejido empresarial con la subsiguiente generación de puestos de trabajo dignos. Son ambos factores, empresa y empleo, los que pueden dar confianza a la sociedad, aumentar el consumo y consolidar el crecimiento económico.

Tan sencillo como eso. Pero el BCE sigue empeñado en sembrar confianza en la sociedad con medidas que sólo benefician a unos pocos y, ya se sabe que, sin confianza no hay demanda y sin demanda no hay paraíso.