Dos referencias mediáticas parecen estar concentrando la atención en el debate económico (y sociopolítico) mundial, que la profundidad y duración de la última crisis iniciada hace ya más de siete años ha orientado hacia el cuestionamiento, no solo de las políticas concretas a aplicar para su superación, sino a la revisión y reconsideración del otrora modelo o paradigma del crecimiento como vector determinante del espacio de bienestar, sostenible y deseado.

Por un lado, el fenómeno Pickety ha hecho de la simbiosis capitalismo-desigualdad un foco de análisis, debate y controversia dominante. En paralelo, la crisis griega y la novedosa irrupción del fenómeno Syriza han puesto de moda al ministro greco-australiano, Yanis Varoufakis, en plena gira paneuropea predicando la necesidad de una significativa ruptura respecto de la política dominante del momento: una troika dirigente que implanta órganos decisorios democráticos de libre elección, una austeridad como mantra anunciadora de un futuro único, rescates al mundo financiero y a los Estados “incumplidores” de unas recetas “objetivas” en términos de porcentajes máximos de endeudamiento, gasto público y pruebas de stress (iguales para todos más allá de sus modelos institucionales, bonanza pública, tejido económico, aspiraciones de futuro?); y sus efectos en la falta de un modelo creíble de futuro, mientas la desigualdad (renta, empleo, servicios, bienestar?) aumenta en términos reales y percibidos, absolutos o relativos según el caso. Más allá de la incógnita de la llamada Grexit, el interés por conocer un desenlace alternativo acapara la atención.

Ya el propio Varoufakis en su metáfora predictiva del Minotauro Global, que publicara en 2013, nos llevaba, desde su pesimismo imposible, a volver la vista hacia los Estados Unidos como únicos líderes capaces de enfrentarse a sus propios errores para destruir el monstruo Wall Street, generador del reciclaje de excedentes y beneficios netos fruto del éxito de unos pocos países de cuyo seno emergen pequeños ganadores a lo largo del tiempo. Y clama, a la vez, por una apuesta favorecedora de un nuevo crecimiento incluyente y social, intentando convencer a propios y extraños de la necesidad de crecer, sí, pero haciéndolo de manera diferente a la actual y en tiempos diferentes, acelerando su extensión a todos los ciudadanos y países bajo el control de sus gobiernos democráticos. Ya entonces confesaba que, muy a su pesar, solamente Estados Unidos tendría la confianza y capacidad suficientes para romper el equivocado modelo generado, aunque lo hiciera por interés propio. Un crecimiento y liderazgo que dejaría los beneficios en los mismos creadores del problema y beneficiarios parciales de la desigualdad creciente. Sus teorías de ayer se traducen en los nuevos culpables de hoy, que señala como Alemania, el Benelux y la exportadora Escandinavia en Europa, así como sus nuevos compañeros de viaje, Japón (pese a su recesión crónica) y los nuevos emergentes selectos. Un viaje complejo cuyo resultado final parece distar mucho de lo que proponía en su avance académico.

Mucho hemos escrito sobre el propio cuestionamiento del crecimiento y el círculo virtuoso del pasado (crecimiento-empleo-riqueza-bienestar para todos), dando paso a la necesidad de “nuevos modelos de riqueza y prosperidad incluyente”. En esta línea de reflexión, un último trabajo publicado por Mackenzie aborda el tema haciéndose una doble pregunta de gran interés: ¿Podemos salvar el crecimiento a largo plazo? Al respecto, desarrolla un análisis histórico que nos llevaría a sospechar que se trata de una quimera que, en realidad, solamente nos ha acompañado unas pocas décadas y, además, de manera desigual. Adicionalmente, su segunda pregunta resultará mucho más atractiva: ¿en dónde buscar razones o fuentes para el crecimiento deseado? Y es aquí donde Mackenzie nos ofrece un ejercicio de aproximación recogiendo una serie de respuestas de un nutrido grupo de pensadores. Sus respuestas, como desgraciadamente cabía esperar, dan por clave única o principal sus respectivas áreas de responsabilidad y rol personal actual. La variedad de las mismas se resumiría en la ya explorada apertura de mercados libres y globales, o la confianza en la demanda China y su particular recorrido hacia la prosperidad, o la inestabilidad de una coherente coordinación de políticas macroeconómicas a lo largo del mundo, o de una serie de apuntes específicos que generan una cierta oportunidad por explorar o confiar -las ciudades y la urbanización mundial de la población como motor de actividad-, o la reconsideración del potencial y tratamiento creativo de la inmigración, la paridad e igualdad de la mujer generadora de un nuevo y diferente empleo, o la siempre presente propuesta innovadora a la búsqueda de “nuevas ideas y su difusión”.

Lo interesante de este ejercicio es que, más allá de una u otra solución concreta, la capacidad creativa de la humanidad, demuestra una potencial generación de soluciones y compromisos, abriendo un lugar a la esperanza transformadora de un determinismo sin futuro gestionable que parece extenderse, por momentos, desde el pesimismo crónico instalado en nuestras sociedades.

Hoy, además de algunas de las ideas ya mencionadas, surgen con fuerza diferentes movimientos no conformistas que ponen el acento en las necesidades y demandas o desafíos sociales como las verdaderas fuentes de riqueza, empleo y prosperidad, como el cada vez más extendido movimiento del valor compartido empresa-sociedad y el progreso social, más allá del crecimiento del producto interno bruto, bajo el impulso decidido, entre otros, de Michael Porter y Mike Kramer, ya tantas veces citados en estas colaboraciones. En esta línea, hace ya años que invitábamos, ante la pregunta de cuáles habrían de ser las apuestas de Euskadi, por ejemplo, a reformular las dificultades en términos de convertir sus problemas en soluciones, sus necesidades en oportunidades. Así, por ejemplo, el envejecimiento, la inmigración, las complejidades y restricciones demográficas, la inadecuación de la formación a la empleabilidad, las dificultades de gobernanza, los déficits en determinadas infraestructuras, la escasez de energía, el deterioro medioambiental, la decisión individual de la empresa y tejido económico, las ciudades en su estado previo? lejos de convertirse en un dato estadístico y coyuntural negativo son y deben ser nuestras fuentes de riqueza, empleo y prosperidad. A medida que profundizamos en vectores macroeconómicos y globales como renta global, (y supuestamente uniforme para todos) nos alejamos de proyectos, iniciativas y compromisos específicos, identificables, gestionables y motivantes. Los análisis y soluciones globales son imprescindibles, la coordinación de políticas también. Pero, sobre todo, las necesidades palpables y las respuestas y soluciones inmediatas y próximas, marcan la diferencia. Tenemos las oportunidades de ese crecimiento incluyente delante de nosotros, en nuestra propia casa.

Y en esta línea merece la pena destacar un par de aspectos y trabajos de interés que pueden ayudarnos a continuar construyendo futuro y no padeciendo el pasado. Trabajos ambos, en el mundo de la confianza, tal y como dirían las voces de la disrupción necesidad-solución: ¡es la confianza, estúpido!

En estos días, llamaba la atención la publicación de algunas conclusiones del 2015 Edelman Trust Barometer señalando el enorme gap existente en la confianza ciudadana y las acciones de los gobiernos y las empresas: el 80% de los ciudadanos consultados en 27 mercados y países diferentes no confían en una o en las dos instituciones (empresas y gobiernos). 21 países se sitúan por debajo del 50%. ¿Han de preocuparse los responsables de esta información en la formulación, decisión y aplicación de sus políticas y decisiones? El propio Banco Mundial se preguntaba hace días al respecto, destacaba la necesidad de un importante cambio de timón y hacía referencia a la vieja frase mediática asimilable -“¡es la confianza, estúpido!”- poniendo en valor la influencia de factores no cuantitativos en la toma de decisiones.

Llama la atención que, si bien se aprecia una creciente mejoría (y reconocimiento generalizado) de la percepción pública de una sustancial mejoría en la transparencia en las políticas de gobernanza, en el grado de participación de los diferentes stake holders, así como de iniciativas de compromiso y responsabilidad social corporativa, tanto en los gobiernos como en las empresas, la confianza global en ellos siga suspendiendo. Resulta preocupante que cuando todo llevaría a pensar en la necesidad de directrices y liderazgos fiables, la desafección y desesperanza se generalicen.

A la contra, pese a este estado negativista de las cosas, encontramos pensadores y pensamientos positivos que refuerzan la esperanza. Tal es el caso del último libro de Will Hutton, cuyo avance se ha presentado estos días, empeñado en aportar un soplo esperanzador de futuro, adentrándose en la necesidad de provocar un cambio en la concepción de nuevos espacios de encuentro o enlace en ese esfuerzo imprescindible por “reinventar el capitalismo”, recuperar los principios de una justa, eficiente y equitativa economía social de mercado o abordar una nueva economía colaborativa e igualitaria, según la orientación ideológica de quien se lo proponga. Hutton provoca contra los malos tiempos y proclama (y defiende con argumentos) que “no llevará mucho tiempo hacer de Gran Bretaña el Estado más dinámico de Europa”, basado en las fortalezas internas, en un enfoque propio y esencialmente microeconómico por y para los ciudadanos, respondiendo a sus necesidades reales, próximas y vitales mientas otros se ocupan de directrices exclusivamente globales difícilmente aplicables en beneficio de todos. Su libro, How good we can be (Cómo de buenos podemos llegar a ser) es un buen alegato para enfrentar el gran desafío: “La desigualdad se ha convertido en el máximo reto de todo ser ético y moral”.

En definitiva, nuevos aires recorren el mundo con una preocupación y desafío comunes. Si ganamos la confianza y buscamos soluciones próximas a nuestras necesidades sociales, estaremos en condiciones de crecer en prosperidad y bienestar. De lo contrario, la ola de la inequidad y la desigualdad terminará arrastrándonos.