Fue por sorpresa. Emilio Botín, presidente del Banco Santander, falleció el pasado 10 de septiembre y ese mismo día el consejo de administración de la entidad decidió, por unanimidad, nombrar presidenta a su hija Ana Patricia Botín, desde entonces Ana Botín, sin el segundo nombre. Fue un relevo express y obligado, pese a que se daba por descontado que ella sutituiría a su padre algún día. Han pasado algo más de dos meses y medio desde entonces y la hija del que fuera el capitán de la banco durante más de 28 años ha tenido tiempo de empezar a dejar su impronta en las decisiones estratégicas que el banco, que ya ha empezado a tomar.

Emilio Botín dejaba su huella en todas las decisiones que tomaba y su primogénita también ha empezado a dejar constancia de que al mando ahora hay otra persona. Más joven y con otras inquietudes. Con una importante experiencia en el mercado financiero británico -ya que su anterior puesto fue el de consejera delegada de la filial de Banco Santander en Reino Unido-. Su mandato ha comenzado en un banco que nada tiene que ver con el que empezó a dirigir su padre, en 1.986. Ahora es una entidad global, en la que el negocio de España apenas es relevante. Es el legado de su padre.

Cuando Emilio Botín falleció, los mercados asumieron con cierta normalidad que el legado de la presidencia siguiera en manos de la familia, que actualmente dista de ser la máxima accionista. Pero los Botín se han legado los cargos de responsabilidad del banco desde principios del siglo pasado, Ana Botín supone de hecho la cuarta generación con mando en plaza entre los antiguos máximos accionistas. La idea original fue trasladar un mensaje de que nada cambiaría con el relevo.

En ese momento, Ana Patricia tomó el mando sin tocar nada. Reafirmó a todo el equipo directivo. Parecía destinada a comenzar su presidencia con pies de plomo, sin cambios bruscos que pudieran alterar nada. Pero lo hizo por muy poco tiempo.

Hace ya un mes que la nueva mandamás decidió su primera gran remodelación del consejo de administración. José Antonio Álvarez, fue nombrado como ‘número dos’ en sustitución de Javier Marín apenas mes y medio después de la muerte de Emilio. Marín solo ha durado como consejero delegado poco más de un año, tras sustituir al histórico banquero bilbaino Alfredo Sáenz y su relevo sorprendió en los mercados. Se descontaba que Ana Botín introdujera cambios, pero no tan pronto, ni tantos. Este no fue el único cambio de cromos.

Relevos La transformación fue considerada como significativa en la estructura de poder del Santander. Además del nuevo ‘número dos’ Rodrigo Echenique, hasta entonces consejero externo, fue nombrado vicepresidente del banco. El británico Bruce Carnegie-Brown pasó a ser vicepresidente primero y coordinador de los consejeros externos. Además, Sol Daurella y Carlos Fernández fueron designados consejeros independientes. Fernando de Asúa y Abel Matutes por su parte, considerados la vieja guardia del banco, hombres de confianza de Emilio Botín, dejaron sus puestos.

Ana Botín marcó los objetivos de su mandato con esos nombramientos, dando un peso significativo a la parte británica de la entidad.

También fue significativa la forma en la que la presidenta decidió desprenderse de Rodrigo Rato. El banco prescindió de los servicios del exvicepresidente del Gobierno español, implicado en el escándalo de las tarjetas opacas de Bankia, disolviendo el consejo asesor internacional, el órgano no ejecutivo del que formaba parte y que sugería y aportaba ideas al consejo de administración del banco cántabro sobre oportunidades de negocio. El órgano se creó en 1997 y la presidenta no tembló al anunciar su liquidación.