Vitoria. TIririri, tiririri, tiriri, ri-ri... Esa musiquita, politono en el lenguaje de los móviles, acompañó durante años al fastuoso exitoso de Nokia. Era su esplendorosa banda sonora. Su toque de corneta. Algo así como su tarjeta de presentación, su carné de identidad y el hilo musical de cientos de millones de terminales que con cada llamada expandían el poder de la compañía, una melodía imbatible en el negocio de la telefonía móvil durante años. La empresa filandesa, estandarte de la tecnología europea, reinaba como ninguna otra en un mercado novedoso, donde sus celulares se destacaban en vanguardia. Nokia lo era todo. Un imperio donde no se ponía el sol.
Hasta que dejó de serlo en apenas tres años de severo y doloroso deterioro. La descomposición ha sido absoluta. Empantanada frente a la competencia, con la cintura de madera, lenta y torpe para responder a los directos de otros fabricantes en un mercado que viaja a la velocidad de la luz, a la gran enseña de la telefonía móvil le acompaña ahora el tañir de las campanas. Luto en Finlandia. Funeral en Nokia, adquirida por el gigante norteamericano Microsoft a un precio irrisorio: 5.440 millones de euros. Una ganga según los analistas.
Además del fracaso de la propia Nokia -que no supo adaptarse convenientemente en la transición que supuso el salto del teclado físico, donde reinaban y al de las pantallas táctiles del móvil tradicional al smartphone-, en la compra de la división de móviles de la empresa filandesa por el gigante norteamericano no solo se advierte la incapacidad de la empresa ante las nuevas tendencias. En la operación de compra también planea la oscura maniobra de Stephen Elop, CEO de Nokia durante su trienio negro (2010-1013) y exdirectivo de Microsoft, empresa que finalmente ha adquirido la división de móviles de la empresa nórdica.
No son pocos los que señalan directamente a Elop, el principal directivo de Nokia, de la ruina de la compañía. Comparan su comportamiento con el de un caballo de Troya, cuya misión era devaluar al máximo a su propia empresa para ofrecérsela a un coste insignificante a Microsoft, de donde procedía y a la que podría volver con honores después de su aportación y la renuncia de Steve Ballmer, CEO de la empresa de Redmond, la compradora de Nokia. Los datos no contribuyen a respaldar la gestión de Elop al frente de la compañía, más bien al contrario. Su toma de decisiones, con la connivencia del consejo de administración de la compañía, ha sido catastrófica.
Cuando el directivo canadiense -la persona más odiada de Finlandia- aterrizó en el la joya de la corona de la economía filandesa, Nokia disfrutaba de un 34% de cuota de mercado de móviles. Tres ejercicios después, la presencia de terminales Nokia apenas rasca un 3% en el ultracompetitivo mercado de la telefonía móvil. En 2010, la cotización de la acción de la empresa estaba en 12 dólares y ahora vale cuatro veces menos: 3 dólares. Nokia obtenía beneficios pantagruélicos cuando llegó Elop. Las ganancias trimestrales eran de 820 millones euros. Aquello suena utópico cuando el balance actual indica 100 millones de pérdidas. De los 125.000 trabajadores que tenía, Nokia solo quedan 97.000. Todo bajo el bastón de mando de Elop, que ha garantizado que la sede de la empresa, fundada en 1865 y que se dedicó a fabricar papel y después caucho antes de derivar en la tecnología, continuará en Finlandia.
Pésimas decisiones En el país nórdico, al que Nokia aportaba el 1,5% del total de ingresos de las administraciones públicas con el impuesto de sociedades y que representaba el 15,6% del PIB gracias a los 30.176 millones de euros en ventas de 2012, nadie cree a Stephen Elop una vez escrutada su trayectoria, sinónimo de la debacle de Nokia. Sus detractores sostienen que el directivo articuló una plan perverso para el futuro de la compañía, que la vació de porvenir. Anunció que Nokia prescindiría de Symbian, su sistema operativo, el más extendido del mercado y además que el relevo no sería el Meego, que para entonces desarrollaba la factoría filandesa como sustituto de Symbian, que se había quedado obsoleto, y como fuerza de choque ante la invasión de Android que junto al IOS que impulsa a los Iphone pugnaba por el cetro mundial.
A ese mensaje, que era una invitación a dejar de comprar un terminal Nokia a sabiendas de que su sistema operativo agonizaba, Elop añadió la idea de vincular los móviles finlandeses en exclusiva al sistema operativo desarrollado por Microsoft: Windows phone, que después estuvo presente en otras marcas a pesar de que se suponía un enlace único. El movimiento táctico de Elop resultó demoledor para Nokia porque el resto de fabricantes, que cuando accedió al sillón antes apenas sí contaban, crecían exponencialmente en el mercado de los smartphone acelerado su desarrollo del sistema operativo Android, una plataforma a la que se unieron las mayoría de marcas. Con Nokia boqueando entre la parálisis y la autodestrucción, Samsung, HTC, LG, Huawei, ZTE etc... sin ataduras de ningún tipo ocupaban cada vez más territorio hasta arrinconar a Nokia, en caída libre desde la irrupción de Elop, que le dejó sin cobertura.