INMERSO en su mundo de castillos hinchables, camas elásticas, ludotecas y juegos infantiles, podría parecer que en Keima Animazioa viven en los mundos de Yupi. Nada más lejos de la realidad. Su gerente, Imanol Paredes reconoce que "nos cuesta mantenernos a flote porque la situación está complicada". "La administración supone el 80% de nuestra clientela y cada día destina menos recursos a estas actividades", subraya Paredes. "La competencia es salvaje, hay mucho intrusismo, pero estamos intentando sobrevivir intentando ajustar precios", sentencia. ¿A que les suena? Ha llovido desde que Keima comenzara su andadura en 1999 con un curso de formación de jóvenes emprendedores, subvencionado por el Gobierno Vasco y gestionado por Gaztaroa, y desde que en 2004 se registrara como empresa de inserción. Actualmente, tiene destinados cinco puestos para colocar a estas personas en exclusión, empleados que mantienen las infraestructuras o colaboran en la animación de parques infantiles, fiestas escolares, udalekus, equipamientos culturales y todo tipo de eventos. Trabajadores dedicados a mantenimiento como Ernest que es sudafricano, Kattalin que es rumano o Juantxo, además de María, que está en Fadura gestionando el txikigune local. En la época de vacas gordas, llegaron a tener hasta ocho personas de inserción, teniendo en cuenta que esos puestos de trabajo son para tres años. Un tiempo en el que también se debe realizar un seguimiento, "con una educadora que lleva a cabo un proceso que a veces consiste en inculcar hábitos que no tienen como ponerles horarios o normas".

Pero las cosas han cambiado y la lista de candidatos que lanza Lanbide, el organismo que deriva a todas las personas en función del perfil que se requiere, crece cada día. "Cada vez hay listas más largas de donde poder tirar. Antes, sobre todo, eran inmigrantes, parados de larga duración, gente con adicciones y problemas de toxicomanías... Ahora los perfiles han cambiado mucho, son personas cuyo problema ha sido quedarse en el paro pero que no tienen ningún antecedente previo de exclusión", explica Imanol Paredes.

La resinserción en el mercado laboral ordinario es la clave, propósito que Keima ha conseguido en muchos casos. "Hemos logrado que personas que hubieran sido unos marginados sociales hayan reconducido su vida a través de este trabajo", resuelve Paredes, asegurando que "ofrecemos una segunda oportunidad aunque algunos se queden por el camino, no porque les dejemos nosotros tirados, sino porque ellos mismos se apean al creer que ese empleo no va con ellos y optan por dejarlo". Porque en Keima hay que sudar la camiseta, cargar con muchos pesos y trabajar fines de semana y fiestas de guardar ya que es un sector que funciona principalmente en las épocas de disfrute como verano y Navidad. Un trabajo en el que, para más inri, se la juegan con la seguridad infantil. "No te puedes imaginar los controles que pasamos. Nosotros gestionamos udalekus de municipios y tiene que haber un control muy riguroso. Además, detrás de un hinchable de Keima hay revisiones, vallas de seguridad, controles de motor, el monitor, la limpieza, el mantenimiento, el anclaje si hay viento, la recogida si llueve, un plan de prevención de riesgos laborales... Sobre todo, intentamos que en esta época de crisis, la calidad del servicio que se ofrece no baje". "No podemos dejar de ofrecer calidad aunque el precio haya bajado", dice Paredes, mirando con ilusión el futuro, convencido de la tarea que llevan a cabo y reivindicando su apuesta por el empleo.