IBM PRESENTÓ hace unos meses en la Asociación de la Industria Navarra (AIN) un estudio en el que resumía las respuestas de 1.500 altos directivos de todo el mundo a la pregunta sobre cuáles eran sus preocupaciones más importantes. Por amplia mayoría resultó ser la complejidad el asunto más preocupante del entorno y futuro inmediatos. Para agravar más las cosas, la mayor parte de ellos admitían verse superados por el nivel de complejidad. Las propuestas de acción de estas personas que lideran la economía para abordar la situación mostraron también un alto grado de coincidencia. Proponían potenciar la creatividad, la flexibilidad, la rapidez de decisión y ejecución, la revisión continua del modelo de negocio y la proximidad a clientes, para optimizar la capacidad de respuesta exitosa. Efectivamente, la complejidad es la característica que mejor define el futuro al que se enfrentan las empresas, las instituciones y las personas. Siempre existió, pero ahora se ha incrementado en cuanto al número de variables que nos afectan, se ha acentuado su velocidad de transformación, y se ha extendido el área geográfica de nuestras ambiciones y de nuestras preocupaciones al mundo entero.

La economía es una red y se compone de un enorme número de nodos actuando en todas direcciones. En la red no hay jerarquía, pero hay nodos preponderantes que gozan de un especial dinamismo y tienen una alta capacidad innovadora y de arrastre: son las grandes ciudades, los organismos internacionales, algunos Estados y una selección de entidades financieras, Universidades y corporaciones. Estos nodos lideran cada vez en mayor medida la evolución del conjunto y la proximidad geográfica a ellos o el acercamiento por medio de alianzas o vías de comunicación o de información, o presencia, resulta decisiva para no quedar marginado. Nuestro país es periférico y, por ello, debe prestar especial atención a las conexiones de todo tipo con los nodos del conocimiento, las finanzas y la economía a nivel mundial. La red se ha hecho más grande, más densa y más autónoma y ello conlleva complejidad y riesgo para sus integrantes.

Las redes tienen vida propia y se ha comprobado que sufren "tormentas de congestión". También dan lugar a las llamadas "propiedades emergentes" que transforman el sistema sin necesidad de que sus componentes se hayan propuesto hacerlo. Un nuevo sistema económico irá emergiendo tras la actual "transición de fase" en que vivimos, sin que su paternidad quepa atribuirla a ningún actor concreto del sistema, aunque sí se observa que su nacimiento está siendo estorbado, retardado y desvirtuado por los grandes Estados. Ellos son, a mi juicio, la causa de la lentitud de creación de la Unión Europea y de la gobernanza mundial coordinada, aunque aparezcan como sus autores cuando a fuerza de desastres acceden a promover una fracción de la coordinación de intereses evidentemente necesaria. La complejidad es pues la niebla en la que estamos y permaneceremos por mucho tiempo. Confiemos en que una UE cada vez más protagonista y la naciente gobernanza mundial vayan reduciendo el nivel de incertidumbre. Entretanto, la empresa, como el ser humano, es ella y su circunstancia. Pero ante una circunstancia rápidamente cambiante debemos fomentar la creatividad en todas las áreas, mejorar los sistemas de alerta y la rapidez de decisión, aumentar la flexibilidad y mantener un continuo debate estratégico sobre los negocios en que debemos estar, y el modelo de negocio que conviene a cada situación.