Cuando no es un cartel, asoma un móvil, el notario de estos tiempos fugaces. La maldición para el pelotón del Tour. Los tiempos modernos. Un imprudente sacó demasiado el celular para grabar el paso de la carrera, probablemente menos de diez segundos de imagen borrosa y rostros indescifrables, y generó el caos. Pero era su tesoro. Su yo estuve ahí. El selfie de la estupidez. Tal vez después pueda narrar que por culpa suya el pelotón rodó por el suelo como en una partida de bolos.

El tipo del móvil se quedó con las imágenes de la primicia. Exclusiva. El impacto con el espectador desequilibró a Sepp Kuss. Efecto dominó. Los 15 minutos de fama que acuñó Andy Warhol son un instante en la era del galope de Gish, las ametralladoras de mentiras y las redes sociales. Todo por la notoriedad, un pulgar arriba o un click. El estadounidense impactó contra su compañero Van Hooydonck y el resto la crónica de una caída anunciada. Montonera. Miedo. Estrés. Afortunadamente, no se contaron bajas.

Reseteó el pelotón y la fuga, enorme, con Omar Fraile, Ion Izagirre, Mikel Landa y Alex Aranburu, cotizó de inmediato al alza. De sus tripas salió el vencedor, Wout Poels, el mejor alpinista del Mont Blanc. El susto paralizó a los caídos. Decidieron que la mecedora era un buen plan hasta que los dentudos Alpes impusieran las coordenadas del sufrimiento. Una fuga enorme en un día de sombras cortas, duro el sol, punzante abrió la victoria de Poels. Su bautismo en una grande.

Duelo eterno

Un mundo separaba a los aventureros del salón de la nobleza, donde Vingegaard y Pogacar se sentaban codo con codo, inquebrantables ante la perspectiva del imponente Mont Blanc. Corren en paralelo. Comparten sidecar. Unidos por el cordón umbilical de la ambición. Se disputan París, la ciudad del amor, que lloró la muerte de Jane Birkin, el mito. Vingegaard y Pogacar mantienen una relación de amor-odio. Se respetan, pero se temen. Por eso están siempre juntos. Mellizos.

Vingegaard y Pogacar esprintan camino de la meta. Efe

No se puede entender el Tour del uno sin el otro. Son la misma moneda de oro. Los dos perfiles. Una leyenda rodea el contorno de Vingegaard: campeón del Tour de 2022. La de Pogacar dice: campeón del Tour de 2020 y 2021. Ambos persiguen, obsesivos, que les acuñen la moneda del rey de Francia de 2023.

En esa lucha para siempre, en el vis a vis que anhela los Campos Elíseos, el danés y el esloveno se miden pulgada a pulgada. Son el anverso y el reverso. Archienemigos. Dos en uno. Llegan a la segunda jornada de descanso separados por diez segundos. Eso vale el Tour que reabrirá el duelo que nunca descansa con una crono. El reloj les juzgará este martes.

Landa, durante la fuga. Efe

Por un puñado de segundos ondea el danés en la cumbre de la carrera. Vingegaard mantuvo a raya a Pogacar en el segundo asalto alpino. Firmaron tablas, pero dio la impresión de el líder domó con suficiencia los arrebatos del esloveno. Los Alpes le conceden más crédito. Vingegaard descontó otro día. “Esperemos que algún día abran distancias entre ellos, así los demás tendremos paz”, expuso Pello Bilbao, formidable, séptimo en la general.

Digerido el mal cuerpo que provocó la caída, el Jumbo endureció el segundo pasaje Alpino tras los brillantes fotogramas que dejó el Joux Plane con la imperial batalla entre Vingegaard y Pogacar y que elevaron a Carlos Rodríguez en Morzine, el tercer hombre del Tour, el representante de lo humano, de lo cotidiano. Vingegaard y Pogacar pertenecen a otra estirpe.

La etapa, con cinco puertos y más de 4.000 metros de desnivel, se remataba en los pies del gigante blanco, la pirámide de granito que que eleva hasta el cielo a través de los fastuosos Alpes. En el col de la Croix Fry el padecimiento cincelaba los rostros, descarnados.

Landa, quinto en meta

Ningún maquillaje ni los hilos de oro podían mitigar el calvario al sol. Consumido tanto Tour, los cuerpos huesudos, lo son aún más. Esqueletos que traquetean como sonajeros. El precio de la fatiga. El sedimento del cansancio. Se quedaron Ion Izagirre y Fraile. Landa y Aranburu aún eran capaces de soportar la tortura. Claudicaron poco después. Landa pudo terminar quinto. Un consuelo en un Tour sombreado, de tonos oscuros. Algo de luz para el de Murgia en una carrera que abrasa con el sedimento de la segunda semana.

La fuga se afila

Sólo el agua sirve de consuelo para mitigar la abrasión del calor, el agobio con el que provoca la tenaza de la canícula, que se expresa libre y altanera en el Tour. Aravis esperaba con más desnivel. Otro peldaño de fuego en el horno alpino. Soler, quijotesco, se agitó entre los expedicionarios. Brillante en un cielo azul, de huelga las nubes. Van Aert, siempre presente, se activó un palmo después. Discusión a voces.

Se unieron Neilands y Poels en el descenso. El letón se estrelló en el descenso contra un pretil de cemento tras perder el equilibrio mientras trataba de alcanzar un botellín de los aguadores en carrera. Siguió adelante, pero ya no era un solista para la victoria. En la Côte des Amerands, en la antesala de Saint-Gervais Mont Blanc, en rampas picudas, Poels mostró su perfil escalador. Van Aert y Soler se arrugaron. Los favoritos rodaban en silencio en el retrovisor. Tendrían tiempo para reñir más adelante.

El UAE carga

El UAE pastoreó el grupo de los mejores, con Pello Bilbao aún atado a ellos en la bocana del portal del campo base del Mont Blanc, 7 kilómetros, al 7,7% de pendiente media. Vingegaard era una costura de la piel de Pogacar. Machimbrados. Carlos Rodríguez, valiente, ambicioso, se desató para eliminar de la ecuación a Hindley, aún doliente de la caída de la víspera. Pogacar se situó en los tacos de salida. Dispuesto al esprint.

Al pistoletazo de salida. Vingegaard, pegado. El Tour en 10 segundos. Carlos Rodríguez estaba limpiando el podio. Adam Yates preparó el terreno. La lanzadera del cohete esloveno. Vingegaard, aislado, destartalado Kuss, con el recuerdo de la caída, esperaba el despegue. La cuenta atrás. Tic-tac. Pogacar dispuso el anzuelo. El señuelo. Yates tomó aire. Llegó Carlos Rodríguez, tiró del líder y del esloveno.

Pogacar dispara

Partida de póquer en las alturas. Otra vez la desconfianza asfaltando la subida. Las dudas de Vingegaard, el teatro de Pogacar. Un duelo veloz, el rayo que atraviesa el Tour, a cámara lenta. Tan igualados en lo físico, el cuadrilátero de Vingegaard y Pogacar está en la psique. Sus cerebros en plena ebullición. Trataban de leerse las mentes, de anticipar el pensamiento. Un juego mental. Vingegaard giró la cabeza. La elevó Pogacar, siempre orgulloso. Colisionaron una vez más. Nunca hay tregua. Si vis pacem para belum. Si quieres la paz, prepara la guerra. En la guerra psicológica, donde pedalea este Tour, empataron. El esprint en las montañas les emparejó. Otra vez juntos posando para las posteridad. Los inseparables del Tour.