17 kilómetros. 17 segundos. 17 escalones. El Tour en el Grand Colombier, la mole del Jura. Vingegaard y Pogacar a campo abierto en 17 segundos, en 17 kilómetros de supervivencia. En la intimidad de su duelo al sol, a bocajarro, discurren las vidas de los mejores. Ciclistas alados. En las alturas, cerca del cielo, se miden el danés y el esloveno, mellizos. Piel con piel. Hombro con hombro. Marie Blanque para el líder, Cauterets y Puy de Dôme para el aspirante.

El conflicto perdura sobre el jurásico. La caliza de Malm da forma a la roca que serpentea entre la foresta. El verde de la esperanza en una montaña bella a vista de pájaro, frondosa, esponjosa, cruel y despiadada cuando los ojos entreabiertos por el esfuerzo, las narices chatas por los golpes de prosa, tratan de elevar la vista. Un friso de cuerpos retorcidos rematan las escena.

El Grand Colombier también fue para Pogacar, que estrujó al danés, pero en la cima apenas se cobró 4 segundos. La propina es lo que le da alegría. Las bonificaciones son el granero de Pogacar en la carrera. Obtuvo otros 4 segundos extras por ser tercero. Ese fue su éxito. El de las llevadas. En la cima se posó la alegría de Michal Kwiatkowski, el mejor de la fuga.

El polaco, excampeón del mundo, subió de maravilla y pudo celebrar la gesta con tiempo. Las mejores vistas de la montaña fueron suyas. Pogacar ganó otro combate. Pelea a los puntos. Resta y resta en cada montaña.

Mordisco a mordisco. Nueve segundos. Una montaña menos. Presiona al líder, a apenas 9 segundos con los Alpes invocando más pelea. Pello Bilbao, sólido, perdió pie sobre el Jura. Ya no es quinto. Se dejó medio minuto con los hermanos Yates.

La arrancada de Pogacar

Pogacar, explosivo, arrancada de bólido, aplanó el Grand Colombier cuando a la montaña sólo le restaban las vallas y los vítores de meta. Atacó a falta de 500 metros. Los hombros adelante, desafiantes. La señal. El despertador. Vingegaard soportó la descarga inicial, repleta de electricidad hasta que el esloveno metió más corriente.

El calambrazo hizo soltar el cable al líder. Alta tensión en el Tour, que es una cuestión mínima, tan escueta como una carrera de Usain Bolt, el rayo. El Tour cabe en una recta de 100 metros. El récord del mundo del jamaicano, un fogonazo, está fijado en 9.58.

Entre Vingegaard y Pogacar hay menos distancia. En realidad no existe. Emparejados ambos en un pulso cerrado, claustrofóbico. El reloj, de momento, alumbra a Vingegaard, pero la moral acompaña al esloveno, que remonta. Avanza palmo a palmo.

El Tour se ha convertido en un esprint por las montañas, donde las bonificaciones son pepitas de oro. Valen un potosí. Con ese deseo, febril, las persigue Pogacar. Se resiste el danés, que no tiene intención de dimitir. El poder se arrebata. Nadie lo suelta. Bien lo saben en Francia, que celebraban la toma de la Bastilla.

La caída de Beloki

El 14 de julio, día nacional de Francia, la que eleva el orgullo del asalto de La Bastilla, de la revolución, también rememora el amasijo de Joseba Beloki, en postura fetal, tendido sobre el asfalto. Roto por dentro en el descenso hacia Gap. Astillado el Tour. Quebrado de dolor y de lamento Beloki en La Rochette en 2003, cuando más atacó a Armstrong, –después el repudiado, el maldito– que salvó la caída y, afortunado, recortó por una campa sin magulladuras. El Tour, donde la miseria y la gloria comparten colchón. Cuando Beloki se estrelló y Armstrong sometió otra vez al Tour, Vingegaard y Pogacar eran unos niños. Jugaban con las bicis.

La memoria del esloveno en el Tour tiene más recorrido. Conquistó, de blanco, novicio, la cumbre en 2020. Entonces peleaba con Roglic, que vestía de amarillo. Vingegaard lucía el mismo pantone. El vínculo era el hilo blanco de Pogacar en una montaña que garabateaba a las azoteas.

La entrada al Grand Colombier era pendenciera, mentón elevado, mirada hosca. La dureza concentrada en la bienvenida, la mal querida, en una jornada exprés, muy corta. La fuga, numerosa, se adentró, apresurada. Manual para la resistencia. La trinchera infinita.

Michal Kwiatkowsk, camino de la victoria en el Grand Colombier. Efe

Kwiatkowski no perdona

Los porteadores de Pogacar tocaron las puerta de la montaña con los nudillos desnudos. El calor, pegajoso, duro, el sol punzante, descubrió las manos. Guantes fuera. Vingegaard se grapó en el dorsal del esloveno, mientras sus sherpas barrían el frente el asfalto viejo y granulado.

Por delante Pacher izaba la bandera francesa. La Marsellesa a pedales. Día de fiesta en Francia. Tuvo que arriarla ante Kwiatkowski, Shaw, Van Gils y Tejada. Se enlazaron. El UAE quería acelerar. Anunciar a Pogacar. Vingegaard era parte de su sombra.

Juntos en una serpiente de piedra, sostenida por un muro de afición, repleta la cuneta de ánimo y banderas de herradura en herradura. Las herraduras, dice la sabiduría popular, reparten suerte. En una montaña que ahogaba, que empequeñecía la condición humana, se imponía la insoportable levedad del ser.

Las rampas, duras, el calor, asfixiante, desplegaba una galería de rostro cubistas. Picassianos. Los ojos hundidos, los pómulos punzantes, el pecho al descubierto. Caras de escuadra y cartabón. Muecas dolientes. Kwiatkowski tomó aire. Soler movía la cabeza. El grupo de los nobles, enfilado montaña arriba, era aún numeroso atravesada la mitad de la mole.

Cede Mikel Landa

Los costaleros de Pogacar eran una cadena de montaje. A su ritmo se desprendieron Pinot, Guillaume Martin y Mikel Landa. El escalador de Murgia, el maillot abierto como un libro, se apagó como una vela. El optimismo no sube montañas.

Pello Bilbao, a cola, soportaba el paso midiéndose al máximo. Cada pulgada tiene significado para el de Gernika, quinto en la general. El Grand Colombier contaba las víctimas. Las ahogaba. La inercia del sufrimiento. La ley de la gravedad.

El UAE continuaba masticando la montaña. Pogacar contaba con tres gregarios. A Vingegaard le acompañaba Kuss. Hindley, Simon Yates y Carlos Rodríguez se arremolinaban en el mismo plano. Adam Yates, el alfil de Pogacar, se descubrió. Kuss le secó.

Pogacar y Vingegaard se exprimieron. El acelerón descompuso a Pello Bilbao, más diésel en montañas bravas. El de Gernika bajó un par de peldaños en la general. Hindley, Carlos Rodríguez, Pidcock y Simon Yates también se agrietaron en el final de un Tour que es un vis a vis. Un esprint en el Grand Colombier, donde Pogacar araña a Vingegaard.