A las 16.42 horas del lunes, Laurent Pichon (Arkéa Samsic) atravesó en cabeza el puente de Santiago y simbolizó así el final de cuatro días mágicos. El Tour de Francia 2023 con salida vasca había empezado a calentar motores el jueves en Bilbao, con motivo de la presentación de los equipos, y tras intensas jornadas de ciclismo abandonó Euskadi accediendo a Hendaia desde Irun, ya de camino hacia la meta de Baiona.
Un evento de semejante magnitud siempre puede ser analizado desde distintas perspectivas, ofreciendo balances de distinto signo. Sin embargo, el del arranque euskaldun de la ronda gala debe resultar muy positivo en líneas generales: pese a algún pequeño borrón, la experiencia ha sido fascinante.
La exposición: Un escaparate mundial
La principal intención de las instituciones, a la hora de traer el Tour a Euskadi, no resultó deportiva y sí promocional. La mejor carrera del mundo es seguida por millones de telespectadores en todo el planeta, y significa así un escaparate inmejorable para mostrarse a nivel internacional.
La tradición ciclista vasca completa además un cóctel perfecto que ha llevado a los rectores franceses a apostar por el desembarco, previo cobro, obviamente, de la cantidad económica en la que se ha tasado el Grand Départ: doce millones de euros. ¿Se amortiza un montante así con el paso del pelotón por nuestras carreteras? La respuesta siempre tendrá matices relativos, pero todo apunta a que sí.
El recorrido del presente Tour contempla 524 kilómetros sobre asfalto vasco, lo que sumado a previas de etapa, a minutos de podio y entrevistas, y a la citada presentación del jueves se ha traducido en cerca de 18 horas de retransmisión.
El spot publicitario que estas han significado para el país tiene un impacto indudable, al que se une todo el dinero que la presencia de la caravana ha dejado aquí durante la última semana. Los largos cortes de tráfico, todo hay que decirlo, han perjudicado a muchos ciudadanos, pero también han formado parte, en cierto modo, del precio a pagar.
El tiempo: Esquivando el agua
Hasta los elementos se han aliado con Euskadi a la hora de recibir al Tour de Francia. Sí, es cierto que los ciclistas se han mojado: algunos el jueves durante la puesta de largo junto al Guggenheim, y todos durante la segunda etapa del domingo entre Vitoria y Donostia.
En cualquier caso, en el pelotón pueden darse con un canto en los dientes, vistas las previsiones meteorológicas iniciales y visto también el tiempo que ha terminado haciendo. Solo las bajadas el propio domingo de Larraitz y Alkiza, así como alguna travesía complicada, han obligado a extremar precauciones a los corredores.
La afición, mientras, ha soportado con buen humor las esperas previas entre chubascos más o menos llevaderos. Y en lo que se refiere al marketing puro y duro, queda únicamente la pena de que las nubes bajas frustraran espectaculares planos aéreos del Txindoki o del Ernio.
Por lo demás, zonas emblemáticas como San Juan de Gaztelugatxe, la reserva de la biosfera de Urdaibai, el Flysch de Zumaia o la costa guipuzcoana en general (estas dos últimas con sol durante la etapa de ayer) sí han podido ser mostradas en todo su esplendor. A su manera, pero el verano vasco ha terminado portándose.
La afición: Hinchada ejemplar
Antes de la salida de la Itzulia 2018, en declaraciones efectuadas a DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA en el Malecón de Zarautz, el exciclista belga Maxime Monfort, entonces en activo, dio con la clave respecto a la afición vasca. “En mi país hay mucha gente en las carreras, pero se las toman como una fiesta. Aquí en Euskadi, los seguidores nos animan a todos los corredores, desde el primero hasta el último, y nos conocen y nos llaman por nuestro nombre”.
Cinco años después, la salida vasca del Tour ha servido para reunir entre la hinchada euskaldun ambas circunstancias: se ha mostrado como lo más entendida y respetuosa, y además ha podido acreditarlo en medio de un clima festivo que no suele darse durante la propia Itzulia o en la Clásica San Sebastián. “Me esperaba algo grande, pero quizás no tanto”, explicaba ayer Ion Izagirre ante las cámaras de Televisión Española.
“Hay gente hasta en los descensos”, añadía, refiriéndose a una afición que ha sabido mostrar dos comportamientos difícilmente compatibles: por un lado, ha acudido en masa a las cunetas, pero al mismo tiempo ha animado sin interferir en la carrera, alentando a los ciclistas sin correr junto a ellos ni invadir en exceso la calzada.
El borrón: Las chinchetas
Cuando Victor Lafay (Cofidis) levantó los brazos el domingo en La Zurriola, adjudicándose la segunda etapa con Van Aert y Pogacar pisándole los talones, no tardaron en aparecer las comparaciones entre su victoria y la conquistada allí mismo por Dominique Arnould en el Tour de 1992.
Desgraciadamente, semejante paralelismo no fue el único respecto a aquella jornada de hace 31 años. Entonces, chinchetas lanzadas a la calzada provocaron multitud de pinchazos en el pelotón en la zona de Aizpurutxo, entre Azkoitia y Zumarraga.
Anteayer se repitió la historia entre Astigarraga y Oiartzun, con la diferencia de que la carrera ya iba lanzada y nadie esperó a nadie, como sí sucediera hace tres décadas. Más de uno y más de dos llegaron algo apurados al pie de Jaizkibel tras verse obligados a perseguir al pelotón. Ayer en el paso por Donostia, mientras, los percances (de nuevo por chinchetas) de Rui Costa y Lutsenko tuvieron menor incidencia en la prueba.
La carrera: Duelos de altura
Y es que, al fin y al cabo, el Tour es una carrera ciclista y se trata de que la competición se desarrolle con normalidad, sin factores ajenos que afecten a su desarrollo. En este sentido, las famosas chinchetas solo lo han hecho en una medida menor, porque únicamente impidieron a algunos outsiders llegar el domingo a Jaizkibel con una chispa adicional. Y también puede asegurarse que el diseño del recorrido ha sabido dotar al trazado de un difícil equilibrio, haciendo a la carrera transitar zonas recónditas de nuestra geografía sin pasos excesivamente peligrosos.
La caída de Mas y Carapaz el sábado respondió únicamente a circunstancias de carrera. Trentin no midió bien los riesgos el domingo a la hora de negociar una rotonda húmeda por la lluvia en Andoain. Y el resto de percances se han debido igualmente a factores intrínsecos a este deporte y a la tensión propia del Tour. A partir de ahí, han emergido los mejores ciclistas del mundo para, en Pike y Jaizkibel, brindar un espectáculo de primer nivel.
En sentido, solo queda una incógnita que nunca podremos resolver. ¿Qué habría sucedido si Vingegaard, bajando hacia Bilbao y hacia Lezo, llega a aceptar la invitación de Pogacar para pasar al relevo? Quizás la capital vizcaína y Donostia habrían disfrutado de la mejor foto posible, con esloveno y danés peleando por el triunfo en meta. Ambos desenlaces y el de ayer en Baiona, sin embargo, tampoco estuvieron nada mal.