Nunca se sabe en qué lugar se embosca la sorpresa, camuflada en la cotidianidad. Ni en dónde puede uno encontrar un magnífico tesoro. Eso le sucedió a Aurelio González, que se ató al festejo de una etapa del Tour en Lorient, cerca del mar, lejos de las montañas, su predilección para demostrar su capacidad como ciclista.

Era un lugar extraño para el vizcaíno, que no solo trabajó en la montaña siendo un crío en la tala de árboles, sino que se convirtió en un afamado y reputado escalador. “Fue un día de mucha batalla. Lo pasé realmente mal. Saltaron dos corredores y fui a cogerlos. Cuando los cogí ya no paré. Seguí para delante y los descolgué en un repecho. Luego faltaban diez kilómetros y ya nunca me cogieron. A mí me gusta la batalla”, rememora González, que se hizo con una etapa donde no se esperaba. “Una etapa en el Tour es muy difícil de ganar. Me gusta que me lo recuerden, me hace ilusión. El Tour es la carrera más grande que hay”, dice. 

El de Turtzios fue rey de la Montaña en el Giro de 1967 y un año después logró el mismo premio en el Tour. Le gustaba escalar y lo hacía de fábula. A Aurelio González se le conocía como el Chato de Turtzios. Un accidente con un animal tuvo la culpa. “Siendo pequeñito un carnero me atacó y hasta los 18 años sufría molestias y hemorragias”, contó el vizcaíno, que encontró en las montañas su forma de expresarse sobre la bicicleta.

El 3 de julio de 1968, en la sexta etapa de la carrera francesa, que iba de Dinard a Lorient, una jornada llana, sin dificultades montañosas, Aurelio González encontró el triunfo. Se hizo con la victoria tras demarrar cuando restaban unos 20 kilómetros para la llegada. No era su terreno, porque él amaba las montañas, pero supo manejarse de fábula para ganar en el velódromo de Lorient. 

El Chato de Trutzios alcanzó la meta con una exigua pero suficiente ventaja de nueve segundos sobre un pelotón encabezado por Godefroot. González, en solitario, había resistido la persecución del gran grupo, repleto de energía. “Hace falta mucha clase y mucha fuerza para lograr un triunfo así”, exclamó en la meta Hugo Koblet, campeón del Giro en 1950 y del Tour en 1951. El resumen de Koblet era una gran definición para el logro conseguido por Aurelio González, que bajó de la montaña para vencer junto al mar.