Bajo el influjo de los majestuoso Alpes, a pies de la metralla de la lluvia, en medio de la tempestad, Luis Otaño se alumbró en el Tour. Encontró la luz el guipuzcoano después de desprenderse de Julio Jiménez, el relojero de Ávila, un excelso escalador, y de Joaquín Galera en el último descenso. Se tiró para abajo Otaño y se subió al cielo del Tour en una etapa que unía Privas con Bourg d’Oisans. Allí en el campo base del Alpe d’Huez se impuso en 1966 Otaño.
Fue la primera victoria de etapa de un ciclista guipuzcoano en la Grande Boucle. Aquel 6 de julio de 1966, Otaño, un gregario de lujo que había brillado con anterioridad, apostó por sí mismo. La fe, en ocasiones, mueve montañas y a uno mismo. Reservó fuerzas Otaño para el día D. Las necesitaría. El Tour siempre exige la mejor versión. Penaliza las dudas. El día antes, Otaño le dijo a su director del Fagor, Periko Matxain, que se iba a reservar en la contrarreloj de Vals les Bains para desplegarse con energía.
Su amigo Leopoldo Michelena, un industrial que le había ayudado mucho durante su carrera, llamó a Otaño por teléfono. El ciclista disfrutaba del día de descanso en Luchon. Michelena le abrió los ojos. “Tú no tienes nada que hacer en la general. Mejor te tapas en la crono, y luego atacas el primer día de los Alpes”. Otaño, que de joven trabajó en el puerto de Pasaia y recibió el empujón de Michelena para crecer como ciclista, atendió el consejo de su gran amigo. Durante los primeros kilómetros, Rik Van Looy intentó frenar la etapa para brillar al esprint, su especialidad. “Despacio, despacio…”, decía el belga mientras metía cuneta.
EL CICLISTA DE ERRENTERIA ARRIESGÓ EN EL DESCENSO PARA OBTENER LA VICTORIA EN LA META DE ORNON
“Cuando había que ir despacio era en la contrarreloj, hoy no toca”, le respondió Otaño, antes de marcharse con Julio Jiménez y Joaquín Galera, a quienes descolgó por primera vez en el descenso del Grimone, antes de sufrir una caída. Se rehizo. Continuó la marcha. No esperó demasiado Otaño para jugársela otra vez, en otro descenso en medio de un día de perros. Otaño arriesgó a pesar del temor que provocaba la escena, vertiginosa. Matxain, su director, tampoco lo pasó bien viendo la bajada de Otoño. Sabía el ciclista de Errenteria que aquella era su oportunidad. Con esa convicción asomó en Ornon y alzó los brazos para escribir su nombre entre las crónicas del Tour. Ni la tempestad pudo con Otaño.