Era Pello Ruiz Cabestany, que corría en el Seat-Orbea, apenas un muchacho. “Era un crío”, dice el donostiarra. A pesar de la juventud supo gestionarse en una situación extrema para subir a su palmarés una victoria del Tour de Francia, siempre complejas, y más si cabe en las primeras jornadas, cuando las fuerzas, intactas, acompañan a los anhelos.

“Todo el mundo busca su oportunidad”, dice. El ciclista donostiarra soportó la persecución del pelotón, desbocado, que le presionaba sin desmayo. Querían morder a Cabestany, que mandaba después de enganchar con Fede Etxabe. “Cuando llegué a la altura de Fede me veía bien, pero reservé. No me cebe. No fui a lo loco. Sabía que tenía que reservar”. El hecho de caminar junto a Etxabe le dio una bocanada de aire. Cabestany dejó a Etxabe a ritmo. “No tuve que atacar. Él iba castigado”, recuerda. Entonces comenzó a aplicar su manual de supervivencia. “Tenía a la jauría de hienas por detrás con ganas de cazarme”, describe Cabestany. 

“Cuando se va a mil y hay cierto descontrol es cuando surgen esta clase de oportunidades”. La ecuación era sencilla a esas alturas en la bocana de Évreux tras 234 kilómetros de etapa. Era el cuarto día de competición. 7 de julio de 1986. El final se convirtió en un encierro, el pelotón en estampida a la búsqueda de Pello.

“Iba a tope. Nunca he sufrido tanto en la bici. Por un momento pensaba que iba a estallar. Era una sensación como de camina o revienta. De vida o muerte. Pasé el umbral del dolor”. El final picaba hacia arriba. El donostiarra fijó la mirada en la pancarta de meta. Su cuerpo le negaba. Su cabeza le arengaba. “Hubo un momento en el que me senté en el sillín para acabar con la tortura. Estaba reventado. Pero no sé por qué, en un momento, dado saqué fuerzas de no sé dónde y pedaleé. Otra vez en pie”, reflexiona.

Los velocistas estaban al cogote de Cabestany. “Era como una nebulosa. Iba medio grogui. En agonía total. Recuerdo que solo miraba la línea de meta. La atravesé y no levanté ni los brazos”, destaca de aquel triunfo que “no fue la victoria que más disfruté porque no era muy consciente. Llegué reventado”. Cabestany llegó con una renta de apenas dos segundos. Años después volvió a ver la llegada, aquel final de agonía. “Joder, y me levantaba del sofá pensando que no iba a llegar, que no ganaba. Creía que me pillaba el pelotón. De locos”.