Fede Etxabe se regaló el triunfo de Alpe d’Huez el 21 de julio de 1987. La víspera de su gesta había cumplido 27 años. La hazaña del ciclista de Kortezubi comenzó con una bronca. Los inicios no suelen ser siempre sencillos. “El día anterior hubo una fuga muy numerosa y no entramos ninguno y Javier Mínguez nos echó una bronca impresionante”, relata. Así que, al día siguiente, tocaba zafarrancho.

El BH metió al vizcaíno, a Anselmo Fuerte y a Guido Van Calster en otra escapada numerosa. Etxabe atacó “tras pasar Grenoble” a unos cincuenta kilómetros de meta y, en teoría, tenía la misión de ejercer de lanzadera del madrileño. “De hacer de liebre, pero la liebre estuvo muy fuerte. La subida me iba a mis características, me encontré muy bien y Anselmo, quizás no tanto”, apunta el corredor de Kortezubi, que coronó en solitario Alpe d’Huez. Por detrás se desató la batalla entre los favoritos: Delgado, Herrera, Roche, Bernard, Fignon, etc… Etxabe se adelantó a ellos y al resto. 

La conquista del Alpe d’Huez “es una de las mejores de mi carrera junto al Gran Premio de las América de Canadá”. Su logró fijó su nombre en una de las famosas curvas del puerto. La número 10 pertenece a Etxabe y que recuerda que ha pasado a la historia, a formar parte de un puerto “que no es uno de los más duros del Tour. Su exigencia se eleva porque se suele llegar después de otras subidas muy duras. El inicio de Alpe d'Huez te echa para atrás, luego se suaviza bastante y, al final, vuelve a ser exigente. Lo más duro suele ser llegar hasta allí. Por eso, quien gana suele hacerlo en solitario”.

Entonces, Alpe d’Huez era conocido como “la montaña de los holandeses” porque seis de once ocasiones anteriores habían ganado ciclistas de esa nacionalidad. Era una cima hipnótica, que imantaba a la afición y en la que “querían ganar todos, sobre todo los belgas y holandeses, porque te suponía firmar varios critériums después del Tour y ganar bastante dinero para la época. A mi me invitaron, pero no quise ir”. Etxabe se quedó con la curva número 10 después de abrir las puertas de Alpe d’Huez, la montaña mágica que se regaló.