Vista desde el aire, con sus tejados a dos aguas, su orden, su coquetería, Payerne es un lugar con encanto, recovecos, calles serenas, adoquines y relajo. Pulcro, con la belleza en ese punto exacto que no abruma ni embriaga, emergente la abadía de Payerne, la localidad es conocida por albergar la mayor base de la fuerza aérea Suiza.
Se trataba de volar en el prólogo del Tour de Romandía, que midió la destreza y la velocidad en un circuito urbano dispuesto para acróbatas de las carreteras.
En los 2,28 kilómetros de metraje contra el reloj, los ciclistas tuvieron que negociar 13 curvas, vías estrechas, badenes, un tramo adoquinado y ligeras rampas. El comienzo de la prueba era una galimatías, un trazado laberíntico que se enroscaba en Payerne.
Se trataba de se tan rápido como hábil porque apenas había tiempo para una canción de punk o una de pop. Menos de tres minutos tardó Maikel Zijlaard para agarrar su primera victoria. El bautismo de la victoria fue un chapuzón. Un disparo. Clavó el crono en 2:55.
A menos de un segundo, a 90 centésimas, se clasificó Scott Cameron. Un parpadeo en una cita exprés, un suspiro. La tercera plaza se la quedó Alaphilippe, dos segundos más lento que el neerlandés que conoció la victoria por vez primera.
Alex Aranburu, el mejor de los vascos en competición, se quedó con la novena plaza. En un recorrido tan escueto no hubo diferencias reseñables entre los favoritos. Solo momentos. El mejor el de Zijlaard, vencedor.