El rock se acaba. Solo quedan los últimos acordes. La ovación final. Nada será igual. Fin de una era. El sol de uno de los ciclistas con más brillo, fulgor y neón de las últimas décadas se va ocultando. El fenómeno Peter Sagan, 33 años cumplidos ayer, dejará de competir en ruta al final de este año. En 2024, el genio seguirá en mountain bike para alcanzar los Juegos Olímpicos de París, su último destino.
“Nunca fue mi sueño correr hasta los 40 años. Creo que ahora es el momento. Y si voy a poder terminar mi carrera en París en los Juegos Olímpicos, eso será algo bueno para mí. Siempre dije que me gustaría terminar mi carrera en la bicicleta de montaña, porque comencé mi carrera ciclista en esta especialidad”. Sagan tira al monte. A sus orígenes.
La ciudad de la luz será testigo del apagón definitivo de Sagan, una supernova; tres veces campeón del mundo (2015, 2016 y 2017), vencedor de 12 etapas del Tour, conquistador de la París-Roubaix, ganador del Tour de Flandes y en siete ocasiones maillot verde de la regularidad en la Grande Boucle, entre otros logros extraordinarios. El palmarés del eslovaco, 121 victorias en su vitrina, se queda cortó para entender y enmarcar a un ciclista con un ascendente enorme sobre el ciclismo.
"Nunca fue mi sueño correr hasta los 40 años. Creo que ahora es el momento. Y si voy a poder terminar mi carrera en París en los Juegos Olímpicos, eso será algo bueno para mí. Siempre dije que me gustaría terminar mi carrera en la bicicleta de montaña"
Genial, cambió la modalidad desde su descaro, valentía y descomunal talento. Irreverente, iconoclasta, elevó el ciclismo a otra dimensión, de mayor impacto y calado. Lo modernizó. En sus numerosas victorias, implicó el sentido del espectáculo. No es un asunto menor.
No solo era el qué, también era el cómo. Esa fue una de sus grandes aportaciones. Mediático y transgresor, Sagan es un icono pop, el guardián de una década asombrosa que sirvió para dotar al ciclismo de una visión más comercial. Sagan es un revolucionario que desdramatizó el ciclismo, un deporte de gesto adusto, para sufridores. Siempre mantuvo el sentido lúdico el eslovaco.
Estrella y personaje
Sagan, además de un ciclista enciclopédico, es una estrella. La dimensión del personaje supera a la de un ciclista gigantesco, con un palmarés museístico. A su pasmosa y exuberante capacidad de ganar, al eslovaca las victorias le brotaban caudalosas, inagotables, Sagan le sumaba algo inasible: el poder de atracción. Supura carisma el eslovaco, noticia incluso cuando no ganaba. Todos pendientes de él.
Sagan es su propia marca. De hecho, arrastró consigo a una marca de bicicletas en cada cambio de equipo. Eran indisolubles. Specialized le abonaba parte del salario y además equipaba al resto del equipo con sus monturas.
El mayor salario
Sagan, incluso sin el predicamento de sus mejores años, era uno de los corredores con mayor salario del pelotón. Un producto de alcance global. Durante años encabezó la lista Forbes del ciclismo. Solo con la llegada de Pogacar se vio apartado de la cúspide salarial, que compartió con Froome cuando este aterrizó en el Israel. El rey Sagan era un imán para las marcas y un espectáculo sin parangón en el ciclismo. Un ciclista único por capacidad competitiva y por impacto en el imaginario popular. Era consciente de ello.
Todos contra él
Jamás traicionó su manera de correr. Hubo un tiempo en que el pelotón corría contra Sagan. Todos contra él. Esa fue la consigna en tantas clásicas. A pesar de eso nunca se rindió. No se camufló en el anonimato. Verso suelto, talento formidable, el eslovaco fue capaz de coronarse tres veces campeón del mundo sin el báculo de una selección potente, en realidad, no era ni una selección.
Era un asunto de familia. Su hermano, Juraj, un ciclista humilde, era su principal soporte, un acompañante. Eso enfatiza aún más los logros de Sagan que, consciente de su estrella, alimentaba el personaje con sus afamados caballitos, poses y ocurrencias varias para dar de comer a las cámaras y la afición, que adoraba al eslovaco, entusiasmado con su impacto. Un especialista del espectáculo.
Estrella del rock
Sagan era lo más cercano a una estrella de rock. Cuando acampaba en las carreras le gustaba inundar los lugares con la música a todo volumen. Era parte de su escenografía. Los altavoces anunciaban siempre su presencia, como el toque de corneta que da la llegada a la carga de la caballería. Encantado de conocerse, Sagan sabía que ese juego, esa relación con los aficionados, aumentaba su huella. Eso barnizaba su estatus.
Su impronta era tal, que algunos comenzaron a imitarlo. Si Sagan comía chucherías después de una etapa, otros, le seguían. Marcó tendencia. Era un prescriptor de moda, también cuando asomaba con unas gafas gigantescas, que lograron calar en otros fabricantes a la hora de rediseñar las gafas.
Empacho de competir
En los últimos cursos, con el cambio generacional y la irrupción de las nuevas estrellas, el rendimiento de Sagan disminuyó. Además de la vertiente competitiva, en Sagan se intuye algo de cansancio mental, de empacho de una época en la que lo ha sido todo, el centro de gravedad en el que orbitó el ciclismo. Con 33 años recién cumplidos, Sagan no permitirá que su leyenda se arrastre. Cuando concluya su contrato con la ruta, regresará a su vínculo emocional y natural, a sus orígenes, a la bici de montaña, su génesis ciclista para buscar los Juegos Olímpicos de París en 2024. En la ciudad de la luz, el ocaso de Sagan.