Mallorca –isla paradisiaca, refugio frente al invierno, lugar de retiro para alemanes, ingleses y algunos otros por eso del buen tiempo y las interesantes pensiones de sus países de origen, con más de 300 días de sol al año– es una equivocación en este enero. Un elemento extraño, inopinado, ha tomado la isla. El mal tiempo ha ocupado la Challenge de Mallorca.
Rueda el pelotón con los manguitos, los guantes, los botines y las caras rojas que deja el frío y la tiritona. La lluvia y la neblina también se acodan en este privilegiado balcón del Mediterráneo que es una anomalía. El clima templado y amable está arrinconado por las borrasca, poderosa.
En el Mirador d’es Colomer, cima de la tercera prueba de la Challenge, Kobe Goossens festejó con el gesto helado la victoria en solitario. Un logro extraordinario en medio de la tempestad. El belga se calentó en la ascensión al Puig Major.
Una gran escapada
Restaban 70 kilómetros y Goosens se disparó con el entusiasmo de aquellos aventureros más valientes que previsores o cautos. Cian Uijtdebroeks se vinculó a él hasta que en el descenso tuvo que plegarse. Goossens apretó. Corrió más rápido para quitarse el frío de encima.
Tomó una estupenda renta y nadie pudo acabar con su viaje hacia la gloria. En meta, tras saludar el triunfo, tuvo que ser arropado de inmediato. El frío, la lluvia y la humedad atenazó a todos.
Más de uno, entumecidas las manos, era incapaz de ponerse los guantes secos o de atarse la cremallera con prendas de abrigo. En ese escenario, al menos Goossens pudo calentar el cuerpo con el combustible de la alegría.