Geraint Thomas (25 de mayo de 1986, Cardiff) sabe esperar. La sabiduría de la veteranía. Una gran virtud en los tiempos alocados, que presos de la euforia y de las urgencias galopan desbocados sobre el caballo de las prisas y la ansiedad. Thomas es un ciclista de otro tiempo, con cierto aire vintage. Le delata el modelo de gafas que emplea en competición. La última moda hace años, descatalogadas ahora. Una reliquia. Thomas se sentía cómodo con ellas, iban con él, y desechó los nuevos modelos que le ofrecía la marca. Pidió al fabricante que las volviera a hacer. Le hicieron unas gafas muy similares a las que empleaba y que tanto amaba. Se ajustan a él. En la era de las gafas con pantallas enormes, de aspecto futurista, Thomas continúa con su montura de siempre. Eso le identifica en carrera. Es el único integrante del pelotón con esas gafas. El detalle define la personalidad del galés, que fue campeón del Tour en 2018.

A Thomas, el mejor gregario de Froome, le tocó aguardar a su turno. No se puso nervioso. Era el siguiente en la escala sucesora de Froome, el campeón que reinó en 2013, 2015, 2016 y 2017. Thomas, su fiel escudero, supo ganar cuando le dieron galones y le acompañó la suerte. Respondió al reto. Le sombreó en 2019 Bernal, la estrella emergente del Ineos. Thomas fue segundo. No se alteró. Continuó su camino. Brailsford, ideólogo del Sky/Ineos, nunca ha dudado de Thomas a pesar de que se difuminó entre caídas y un rendimiento falto de continuidad. 

Refractario al estruendoso estallido de Pogacar, un fenómeno, vencedor de la Grande Boucle en 2020 y 2021, el galés siguió trabajando alejado de los focos hasta ir reconfigurando su mejor versión. Después de dos campañas irregulares, con algunos puntos de luz, Thomas se ha cuadrado. Venció el Tour de Suiza y dejó constancia de que estaba cerca de su rendimiento de 2018. Eso dice él. Sus números le avalan. Se mostró sólido en la montaña y respondió con certezas en la crono en la prueba helvética. Se desconocía si esas señales servirían como suelo firme para el Tour, la carrera de las carreras. De hecho, el Ineos dispuso una formación con el galés, Adam Yates y Daniel Martínez como cabezas de cartel. De momento, es el mejor de ellos. Desgranado medio Tour, el galés, examinado bajo la lupa de una crono, –la inicial de Copenhague– la llegada salvaje a La Planche des Belles Filles, el brutalismo del Col du Granon y el pasaje de Alpe d’Huez, ha respondido al reto con determinación. Es tercero en la general, solo por detrás de un excelso Vingegaard y del extraordinario Pogacar. Sin la chispa de antaño, en una versión más diésel, Thomas está demostrando su capacidad de aguante, su resistencia y una gran lectura de carrera.

Sabedor de que no puede responder a la fogosidad del duelo que proponen Vingegaard y Pogacar, más explosivos por simple cuestión de juventud, el galés, perfecto conocedor de sus límites y de las corrientes internas que rigen el Tour, se muestra tremendamente competitivo. Siempre cerca de ambos en las montañas. Elige subir a su ritmo y es capaz de ofrecer un gran rendimiento. En La Planche des Belles Filles, el danés y el eslovena solo fueron capaces de meterle 14 segundos. En el Col du Granon, donde Pogacar estalló por culpa de una pájara, se manejó de maravilla. Fue cuarto. En Alpe d’Huez compartió plano con Vingegaard y Pogacar después de gestionar la subida con inteligencia. Dejó que ambos se lanzaran y cuando atemperaron el ritmo se unió a ellos. La regularidad y la capacidad de estar siempre ahí le han cosido al podio una vez atravesado el meridiano del Tour. Es el éxito de Thomas. El paciente galés.