- Al mediodía, en esa hora que no es ni una cosa ni la otra o es mañana y también tarde, como Estambul y el Bósforo que son dos continentes, Mikel Landa soñaba con voltear el Giro de las distancias cortas. A Landa se le reclama coraje, ambición y valentía. Él responde con determinación y, si ve un resquicio en el que hacer palanca, se somete a aquella teoría de Arquímedes. "Dádme un punto de apoyo y moveré el mundo". Ante la duda, Landa prefiere lo imposible. El planeta de Landa es la órbita rosa del Giro, donde todo es igualdad hasta que asomó la Marmolada, imponente, legendario y brutal y descompone a Carapaz y Landa. Los engulle la montaña, que sublima a Jai Hindley, seguro de su pedaleo, varios cuerpos por encima del ecuatoriano que se ahoga y del alavés que se descascarilla. Deshabitados ambos en el hogar de los grandes campeones. A Hindley solo le falta certificar su triunfo en la crono de Verona. Rememora la cumbre de la recta que no tiene fin, de una tortura sin clemencia, de una visión de uno mismo consumiéndose en el dolor, a Miguel Indurain en su plenitud en 1993 y a Gianni Bugno, un manual de clase sobre la bici, de pedaleo bello y estético, tratando de sobrevivir.
Bugno estaba pereciendo, pero para irse también hay que tener clase, ese término que nadie es capaz de definir pero que brota a borbotones con la estampa de aquel italiano, un Leonard Cohen en bicicleta. Al rapsoda canadiense le llamaron triste y él se sacó el sombrero fedora para saludar a la estupidez, tan atrevida la ignorancia. En Landa hay mucho de Cohen, esa media sonrisa que quebranta una mirada melancólica, pero que en el fondo es puro gozo. Un hombre libre, sin más normas que las suyas, que tuvo que rendirse en la Marmolada, donde venció Covi. En el alavés también anida la clase, ese modo de asaltar las cumbres, escultural. A la Marmolada, un museo del ciclismo, se entra por los Dolomitas, un escenario majestuoso, repleto de aristas, un puzzle de montañas que provocan vértigo, tal es su belleza salvaje que minimiza a las personas, hormigas insignificantes. Empequeñeció La Marmolada a Carapaz, volatilizado, y a Landa, dislocado. Solo quedó en pie Hindley, pletórica su ascensión, ambiciosa.
En el anfiteatro de la agonía, en esos tres kilómetros al 11%, que son un calvario, un western en las alturas, las rectas que trepan hasta el cielo, Hindley asfixió a Carapaz y Landa. Les mandó al infierno. De rodillas. El australiano, salvaje, coronó su gran obra en la Marmolada, un lugar para los gigantes. Hindley creció, espumoso. Un coloso. Dio un golpe a la historia. Segundo en 2020, cuando le derrotó Tao Geoghegan en la crono final, se tomó la revancha Hindley. Vendeta en la Marmolada. Sin perdón. El australiano cargó 1:38 a Carapaz y 50 segundos a Landa. Fue el más fuerte en el juicio sumarísimo de la Marmolada, que desnudó a los príncipes del Giro. Hindley es el rey. Le arrancó la maglia rosa a Carapaz, rey sin corona, a un dedo del final. Empequeñeció al ecuatoriano, la roca que se convirtió en arena. El Giro se le escapó entre los dedos. Incluso Landa, sufriente, agónico, el rostro sin marco, recogió los escombros de Carapaz, sin respuesta ante el discurso poderoso de Hindley, blindado con 1:25 de renta para la crono con el ecuatoriano. Landa respira a 1:51. Su lucha será por el segundo puesto.
Antes de la Marmolada estaba San Pellegrino y el Pordoi, la cima Coppi, de más de 2.200 metros, que homenajea al puerto más alto de la carrera. La fuga danzaba con alegría entre herraduras, una serpiente gris de asfalto ajado y abetos. Covi pisó la cumbre. Un recuerdo inolvidable. Kämna, Ciccone, Pedrero, Formolo, Arensman, Novak, Leemreize y Oomen seguían su rastro. Varios pisos más abajo, entre los nobles, Landa mandó al ciempiés del Bahrain a marcar el paso, una letanía. La fuga sumó más renta. Se fue casi a los seis minutos. El descenso era un garabato estupendo. Las curvas del capricho. Bamboleantes. La firma de la naturaleza. Se tacharon de la ecuación San Pellegrino y Pordoi sin más noticias, directas las moles a la intrascendencia, enroscado el Giro en la máxima igualdad. Los tres siameses, Carapaz, Hindley y Landa.
El descorche y la agitación se centraron en la Marmolada, una cronoescalada. Era todo o nada. El vacío ya había sido, cualquier cosa sería algo. Sin eco los aristócratas entre montañas que son un grito. Decadente. Solo la Marmolada podía revertir el Giro de las falsas esperanzas. De ese, verás mañana. Y mañana es hoy y el último mañana es el de la crono de Verona. El siguiente, lunes. La rutina. El Giro se comprimió en un puerto de 14 kilómetros. Covi giró el pomo con un par de minutos de renta sobre sus compañeros, donde Arensman, Novak, Pedrero y Ciccone resistían, y con más de seis respecto a los favoritos, sin sombra en la que esconderse. A la intemperie frente al paredón.
Buitrago le dio más realce al ritmo. Pello Bilbao y Landa le encolaban. Carapaz, de rosa, vigilaba la estampa del alavés. Hindley estiraba el cuello para no perderse nada. Los tres esperando como en El proceso de Kafka. Nadie miraba hacia arriba porque allí residía una mole de agonía. Mejor leer la carretera en estado catatónico ante una bestia con las fauces abiertas y los colmillos sedientos. Sivakov y Carapaz cruzaron palabras entre el jadeo. Hindley agarró un botellín de agua. Landa se puso las gafas oscuras para que no le leyeran. En el grupo de los mejores aguantaban demasiados. Mala señal. Sivakov apartó al Bahrain. Pastor. Fue la señal. Carapaz aceleró. Respondió con orgullo Hindley. Landa, ojeroso, se desprendió. Se quedó aislado. Solo con Carthy. El Giro era el duelo entre el ecuatoriano y el australiano, que encontró la cuerda de Kämna, una soga para el líder Hindley se envalentonó. A Carapaz se le abrieron las costuras.
El australiano no miró atrás. El líder, noqueado, grogui, contra las cuerdas. Lucha psicológica. Se fue al fondo Carapaz, a cada metro, mayor la herida. Primero fue un poro, después una grieta y al final una falla. Hindley echaba paladas de tierra sobre Carapaz y Landa, desfondado. Entró en crisis el ecuatoriano. Volaba el australiano. Desatado. Hindley pedaleó con firmeza. Carapaz perdió la compostura. Solo le quedaba el alma. No tenía fuerzas. 21 gramos. Landa, el primero en descabalgarse cuando Carapaz y Hindley se fueron a por el Giro, recuperó y mordió varios segundos al ecuatoriano, un alma en pena en la Marmolada. En la cima de los campeones, Hindley sentencia el Giro. l
Vigésima etapa
Mikel Landa
Pello Bilbao
Jonathan Castroviejo
Oier Lazkano
?General
Mikel Landa
Pello Bilbao
J. Castroviejo
O. Lazkano