La tempestad, negro el cielo, persistente la lluvia, el frío entumeciendo las pieles, los focos que se reflejaban en el asfalto de espejo, la niebla desplegando su gabardina blanca, mordió los Alpes, colosales y furiosos como en esas pinturas de William Turner, que se ataba al palo mayor de un navío para enfrentarse a las fuerzas de la naturaleza y experimentar así el ímpetu de su furia. Ese éxtasis le sirvió para retratar como nadie el empuje de las borrascas, esos temporales que asustan. La ropa técnica contra los elementos, el kevlar para repeler la lluvia, fue el cobijo para el pelotón, vestido de luto, hostigado por la metralla de la lluvia y la tenaza helada del frío. Forrados de lamentos en la penuria.
En ese hábitat, en la hostilidad, Pello Bilbao, el líder de verde, se arropó con los costaleros del Bahrain, los guardianes del tesoro del gernikarra, dos segundos respecto a Romain Bardet, en un día corto pero intenso, tempestuoso. Cuando Pello se quedó solo en el muro de Stronach, el francés le desnudó. Le dejó a la intemperie. Le arrancó el botín de las manos. Se diluyó el gernikarra como lágrimas en la lluvia. Pello Bilbao se quedó sin trono y sin podio en el Tour de los Alpes. Bardet alcanzó la cima de la carrera. Storer fue segundo y Arensman, tercero. Un final cruel para Pello Bilbao, cuarto en la general, tras dejarse 39 segundos. Se apoderó de él la tristeza y el dolor. Vencido, pero no derrotado. "Es una pena no haber ganado, pero no tengo ninguna queja", dijo el vizcaino con serenidad.
El verde esperanza que lucía al inicio del día finalizó con un fundido a negro, con el cuerpo vapuleado, derrengado en una jornada tormentosa en la que padeció la sacudida inclemente de Bardet, superior en el nudo gordiano. Peleó al límite, hasta la extenuación, pero el vizcaino sucumbió frente al abordaje del francés, que arrugó a Pello Bilbao en el muro despiadado de Stronach. En ese camino angosto, estrecho, un muro de los lamentos, Pello Bilbao no encontró escapatoria ni consuelo. Las rampas le molieron las piernas. Se le atragantó una ascensión corta pero de mirada hosca y desniveles desafiantes.VICTORIA DE PINOT
Allí pereció el liderato de Pello Bilbao y engranó Bardet la marcha triunfal en Lienz. En ese lugar encontró la felicidad. Thibaut Pinot halló el alivio tras resolver ante De la Cruz. Más de mil noches sin vencer. Insomne del triunfo. El francés encontró el calor reconfortante en un día de hielo. Le gusta el mal tiempo. Le puso buena cara. Enjuagó las lágrimas de la víspera cuando le superó Superman López. La dicha le maquilló los ojos boxeados, hinchados por el esfuerzo. En Lienz se encontraron las dos banderas de Francia. Bardet, campeón de la carrera, y Pinot, vencedor de la etapa y la autoestima. A Pello Bilbao, fantástica su carrera, le sobró un muro.
Pinot, que lloró su derrota de impotencia y desesperación con López un día antes, y David De la Cruz se adentraron en el ojo de la tormenta. Igor Arrieta, cuarto en la etapa el joven navarro, Kämna, Traeen les seguían. Corrían por la etapa. Jinetes bajo la lluvia al encuentro del Stronach. Antes habían masticado el poderoso Bannberg y el Anras en la oscuridad, palpando cuestas que retorcían el espíritu. El Stronach, un muro con malas pugas, acható las narices. Puños de realidad. Ni la nevera alpina era capaz de enfriar el sofoco de una ascensión tensa bajo la ley de la gravedad.
No había manzana de Newton. Solo veneno para las piernas y lactato para el techo del paladar, atosigados los organismos por la ruina, conmovedor el esfuerzo, decadentes los rostros, ecce homos. Pinot subía a espasmos, muriendo y resucitando en cada pedalada. De la Cruz arrastraba su calvario. Una cruz pesada que le anclaba. El francés, la boca abierta, los ojos en órbita, ansiaba la redención y dejar de llorar su desesperación. El descenso era el muro psicológico de Pinot. Le frenó. Le puede el miedo. De la Cruz le agarró en la bajada.
STRONACH PUEDE CON PELLO BILBAO
Se adentraron los favoritos en el muro de Stronach, que era una sacudida brutal, tres kilómetros en vertical, un rascacielos empuñando el paisaje. Un llanto. La saeta entre los cencerros alpinos. El Ineos cargó con Porte. Bardet, envalentonado, se situó a un palmo. Pello Bilbao, agrietado, pendía de un hilo. El de Gernika, destrenzado en la agonía, se cortó. Stronach ondeó un rosario de víctimas, de ciclistas gateando. Bardet apretaba en cuestas indigestas. Arensman le apoyaba. Era su muleta. Storer se enganchó al abordaje.
Pello Bilbao trataba de defenderse contra las cuerdas, que le ahogaban. Buitrago trató de rescatarle, pero tampoco le sobraban migas. Sonó el eco del vacío. Landa no estaba. Bardet alcanzó la cima con un ramo de 25 segundos y una tonelada de moral. Demasiado incluso para Pello Bilbao. Irrecuperable para el vizcaino a pesar de su destreza bajando. Por delante, Pinot se reconoció a sí mismo venciendo tanto tiempo después. Al fin. Bajo la lluvia alpina, justo en el cierre en Austria, Bardet atormentó a Pello Bilbao.