Como un brillante geólogo, o como un arqueólogo del ciclismo, Tadej Pogacar estudió pulgada a pulgada el lenguaje de las piedras, sus leyes, duras, impertérritas, con devoción cuando se alistó a la clásica A Través de Flandes. Comprendió el bicampeón del Tour, el prodigio, el heredero de El Caníbal, que solo con su estupendo motor y su ambición sin límites no se pueden derribar los muros de adoquín. Que contra las piedras conviene comprenderlas y no chocar con ellas. De su bautismo en la piedra bautismal de las clásicas de adoquines, Pogacar aprendió. Una experiencia enriquecedora, ilustrativa. Una lección.

Así que cuando el monumental Tour de Flandes, sin Van Aert, se puso en pie, como una efigie abrumadora, Pogacar estaba preparado. No hay reto que asuste al esloveno, un ciclista colosal. Solo el gigantesco Van der Poel, un especialista, le arrancó el sueño de tallar otro Monumento para su colección. Curiosamente, Pogacar se trastabilló en la interpretación del final, sobre el asfalto. Aguardó demasiado y Van der Poel, más frenético, le anestesió para contar su segunda victoria en Flandes. El neerlandés, que es otro prodigio, subrayó su jerarquía en un esprint con Pogacar, Van Baarle y Madouas, que también sorprendieron al esloveno, enredado en el final tras descifrar los enigmas de la piedras.

En el Viejo Kwaremont, uno de los esos lugares donde hierve el ciclismo salvaje, a 55 kilómetros del todo o nada, Pogacar aceleró, poseído, para exorcizar sus demonios. Adelantó sin intermitentes. No había mañana para Pogacar en el pedregal. Le daba lo mismo. Su progresión fue un relato bello y salvaje de un ciclista sin parangón. El esloveno tocó la corneta y el Tour de Flandes se agitó. Hasta Van der Poel se quedó petrificado cuando Pogacar abrió gas. Asgreen, campeón de la pasada edición, rechinó los dientes para seguirle. La carrera elevó el tono para convertirse en un ring bronco. Pidcock también tuvo que empeñarse. Se desgañitó antes de quedarse afónico.

TODO ESTALLA

En el Paterberg todo estalló. Tratnik se encorajinó. Patada en el hormiguero. Reacción en cadena. Van Baarle y Wright dejaron su fuella mientras Pogacar y Van der Poel tomaban unas bocanadas de resuello. El aire tenso que anuncia el huracán. La calma antes de otra descarga eléctrica para electrocutar la clásica. A Asgreen le dejó huérfano un problema mecánico. Se quedó sin luz. Apagón. Van Baarle, Wright y Madouas se ataron a los dos ases, Pogacar y Van der Poel. Tomaron el Tour de Flandes por la pechera. Por detrás, no había capacidad de respuesta a pesar de Küng. Demasiados vatios y pasión.

Otra vez el Viejo Kwaremont y de nuevo Pogacar. El esloveno asfixió al resto. A Van Baarle y Wright los despachó con los primeros zapateos por el adoquín. Las piedras abrazaron a Pogacar, un maestro. El esloveno, hambriento, feroz, bailaba claqué. Madouas también se deshilachó. Solo Van der Poel, una bestia, se sujetaba en la marejada provocada por Pogacar, que aplastaba el pavés del Kwaremont. El neerlandés mordía la mandíbula. Se miraron cara a cara. Retadores. Cosidos por el deseo.

Aguardaba el puño hostil, corto, pero mal encarado del Paterberg, orgulloso. Pogacar masticó las piedras. Van der Poel peleaba con los riñones. Al límite. Tuvo que encontrar un poco de sosiego en el canalón mientras Pogacar se situaba en el centro del escenario. El neerlandés soportó la tortura. Mano a mano. Rueda a rueda. Hombro con hombro. En paralelo. Lenguaje de signos. Empate. Descontaron el Paterberg soldados ambos. Vis a vis estelar. Van Baarle y Madouas les percibían a demasiada distancia. Teuns, Wright y Küng, era el otro convoy.

TENSIÓN Y NERVIOS

Ambos se desprendieron de todo, salvo del afán del triunfo. Tomaron el último trago de agua para probar el champán. No había copas para dos. Se sopló los dedos Pogacar. Como los pistoleros. Comenzó el kilómetro final y el baile de tensión y de nervios movía la batuta. El esloveno se colgó de la chepa de Van der Poel, que no dejaba de bizquear y de girar el cuello. Pogacar hacía lo propio. La llegada se paró, frenados ambos, a cámara lenta. Estatuas. Van Baarle y Madouas, que voceaban al galope, les soplaron en el cogote. Arrancaron entonces el esprint, en el que ya no eran dos. Van der Poel, el más veloz, se disparó, atronador. Van Baarle y Madouas se colaron por la rendija que dejó el esloveno, demasiado confiado. Pecado de juventud. Pogacar se topó con un muro de impotencia. Quiso derribarlo y no tuvo tiempo de bordearlo. Se estampó contra Van der Poel.