Atravesado el Kapelmuur, el mito de adoquines, una de las capillas de la mística del ciclismo con tintes de fiesta y jolgorio, -una feria y las barracas amenizaban el lugar de peregrinaje- Wout van Aert, el ciclista con la bandera belga abrazándole el pecho, izó su estandarte de valentía y salvajismo una vez Benoot, su compañero, fuera descascarillado.

Van Aert, fuerte como un tractor, capaz de derrotar a un ejército de clasicómanos a martillazos de sus pedales, descerrajó todo su caballaje antes de encarar el Bosberg, el último tramo de adoquines de la Omloop, la primera clásica del curso con piedras. El belga las masticó a su antojo y escupió una exhibición.

Van Aert, una roca sólida, se elevó como un gigante y aplastó a la oposición repleta de dorsales con jerarquía en la clásicas. Resultó conmovedor observar a los perseguidores, guiñapos en asfixaidos por el tremebundo Van Aert, una toro rojo, como el de su casco, embistiendo.

BUENA ACTUACIÓN DE ARANBURU

Allí transitaba Alex Aranburu, estupenda su carrera en su primera incursión en la temporada. El grupo se relevó para tratar de frenar el frenesí de Van Aert. Imposible. Desatado en su primera prueba del curso tras su exquisita campaña en el ciclocross, el belga, un ciclista tremendo, pudo con todos.

La jauría no pudo morderle. Dientes de leche contra el hombre de acero. Nadie tenía más fe y fauces sedientas que Van Aert, profundo su pedaleo, hiriente para el resto, que le perdió de vista. En solitario, Van Aert, intratable, festejó su hazaña. Colbrelli fue segundo y Van Avermaet, tercero. Aranburu obtuvo la 13ª plaza. Van Aert mastica la Omloop.