La colosal maquinaria de mercadotecnia que trabaja sin descanso alrededor de los deportes profesionales estadounidenses para fabricar grandes ídolos y, al mismo tiempo, productos de consumo de masas lleva desde hace quince días con el foco puesto en Joe Burrow, el joven quarterback que ha desembarcado en la Super Bowl, uno de los eventos deportivos planetarios por excelencia, a los mandos de los Cincinnati Bengals. Burrow, a sus 25 años y en su segunda campaña como profesional, dirigirá esta noche (0.30 horas, Movistar +) ante Los Angeles Rams, que parten como favoritos en las apuestas, a una franquicia que desde que le seleccionó con el número uno del draft de 2020 ha pasado de ser la peor de la NFL (solo dos victorias en 2019) a luchar por el trofeo Vince Lombardi cuando nadie esperaba verles tan arriba tan pronto.
El éxito de los Bengals no solo se explica por Burrow, pero sí que tiene en el joven QB a su mascarón de proa dentro de un equipo irreverente que ha hecho del descaro y el desafío a la lógica sus señas de identidad. La gloria colectiva está por encima de todo, pero cuando esta noche salte al césped del colosal SoFi Stadium Burrow pugnará también por un lugar individual en el altar de los elegidos. Si consigue levantar el trofeo Vince Lombardi, se convertirá en el primer jugador en ganar el título tanto en la NCAA como en profesionales, llevarse el Heisman Trophy que distingue al mejor jugador universitario y encabezar su promoción de draft. A su favor, cuenta con un importante detalle. Remontándose a su carrera universitaria jamás ha perdido un partido de eliminatoria directa.
Ante ese magnífico currículum con 25 años recién cumplidos, se podría caer en la tentación de pensar que en la relación Joe Burrow-fútbol americano todo ha sido idílico. Nada más lejos de la realidad. En la decimoprimera jornada de la pasada temporada, siendo rookie, sufrió la rotura de los ligamentos cruzado y lateral interno de su rodilla izquierda, con afección del cruzado posterior y el menisco. Pese a las lógicas dudas sobre su rendimiento tras una lesión tan grave, el quarterback regresó a la acción diez meses después y en el presente curso no se ha perdido ninguno de los choques de los Bengals, acabando la campaña regular con 4.611 yardas de pase y 34 envíos para touchdown.
Y esa tampoco fue la primera vez que el futuro deportivo de Burrow estuvo en duda. Nacido en Ames en la época en la que su padre, Jim, ocupaba un puesto en el equipo técnico de Iowa State University, su infancia tuvo también estaciones en North Dakota y Ohio dependiendo del trabajo de su progenitor. Se convirtió en uno de los mejores QB del país a nivel de instituto (el estadio de su equipo en Athens fue bautizado hace años con su nombre) y finalmente fue reclutado por la prestigiosa Ohio State del controvertido y recientemente fracasado en los Jacksonville Jaguars Urban Meyer. Sus dos primeros cursos los pasó como suplente de J. T. Barrett, que ni siquiera llegó a ser elegido en el draft de la NFL, y en 2018, temiendo que su situación no iba a mejorar y que el titular iba a ser Dwayne Haskins, elegido en primera ronda un año después pero muy decepcionante hasta el día de hoy como profesional, decidió cambiar de universidad y recaló en Louisiana State. Su primera campaña fue buena, pero lo de 2019 fue una explosión en toda regla tanto en lo individual (60 envíos de touchdown, entonces récord histórico de la NCAA, 5.671 yardas de pase, cifra que coqueteaba con la plusmarca, y Heisman Trophy) como en lo colectivo, con el título nacional conquistado ante Clemson (42-25) con una sobresaliente actuación suya: 463 yardas aéreas y seis touchdowns.
Pocas dudas hubo sobre sus credenciales para ser elegido número uno del draft de 2020 y el premio se lo llevaron los Cincinnati Bengals. Tras firmar su contrato rookie (36,1 millones por cuatro temporadas), anunció su intención de no tocar ni un solo dólar de las ganancias de su carrera en el fútbol americano hasta el momento de su retirada y gastar únicamente lo obtenido a través de los contratos publicitarios, tal y como hizo en su día Rob Gronkowski, compinche de Tom Brady tanto en la gloriosa época de los New England Patriots como en los Tampa Bay Buccaneers. Burrow no tendrá problemas para cumplir con esa hoja de ruta porque se ha convertido en un imán para infinidad de marcas que en los últimos tiempos coquetea además con convertirse en un icono de la moda gracias a sus llamativos atuendos. Lo mismo convierte en objeto de deseo nacional un abrigo de un joven diseñador de 21 años que es hermano de un íntimo amigo suyo, luce sudaderas de Bob Esponja o comparece en la rueda de prensa previa a la Super Bowl con unas gafas rosas de mil dólares. Sin embargo, en el terreno de juego Burrow se transforma y abandona todo artificio para convertirse en un ejecutor de primer nivel. Esta semana ha recibido incluso la bendición del mítico Joe Montana: “A esa edad las luces pueden ser demasiado brillantes, pero con él no hay de qué preocuparse; es un mariscal de campo inteligente, te das cuenta en la forma en la que juega, en cómo se da cuenta de lo que sucede en el entorno. Miras su carrera universitaria, el tipo de partidos en los que tuvo actuaciones tan determinantes y te explicas cómo ha llegado su éxito”.
Valor de las franquicias. Según Forbes, Los Angeles Rams, que pese a jugar en su estadio tendrán el papel de visitantes, tienen un valor aproximado de 4.800 millones de dólares. Los Cincinnati Bengals se quedan en 2.300.
Consumo. En 2021 se consumió en Estados Unidos por valor de 14.000 millones de dólares alrededor de la Super Bowl, incluyendo las distintas categorías de gasto (tanto en el hogar como en establecimientos o viajes) y a pesar de las restricciones por la pandemia.
Retorno económico. Las autoridades locales calculan que el evento dejará en Los Ángeles unos 477 millones.
Estadio. 5.000 millones de dólares costó la construcción del SoFi Stadium, con capacidad para 70.000 espectadores (ampliable a 100.000) e inaugurado en 2020. Destaca ‘The Infinity Screen’, una descomunal pantalla con forma de óvalo, suspendida a 37 metros de altura, con cerca de mil toneladas de peso y 6.503 metros cuadrados de superficie que ofrece imágenes tanto en su parte externa como interna.
Audiencia en televisión. El año pasado, 91,6 millones de estadounidenses vieron por televisión coronarse a Tampa Bay, la cifra de espectadores más baja en los últimos 15 años. En el resto del mundo lo vieron unos 50 millones.
Anuncios. La NBC asegura que algunos de los anuncios de 30 segundos que se emitirán durante el partido han alcanzado un precio de siete millones de dólares. Además de ofrecerse el primer trailer de la serie ‘El Señor de los Anillos’, se anunciarán empresas como Pepsi, Amazon, Budweiser, Doritos, Uber Eats, BMW, Pringles, Nissan o la plataforma de criptomonedas Crypto.com, cuyo anuncio protagonizado por Matt Damon abrirá la tanda de publicidad.
Apuestas. La Asociación de Apuestas Estadounidense (AGA) asegura que 31,4 millones de estadounidenses apostarán en la Super Bowl, un 35 % más que el año anterior. AGA estima en 7.600 millones de dólares el valor total de esas apuestas (un 78 % más que en 2021), aunque detalla que 18,5 de esos 31,4 millones de personas harán apuestas informales con amigos o en fiestas y no en páginas web o casas de apuestas.
Comida. Se estima que mañana en Estados Unidos se consumirán alrededor de 1.400 millones de alitas de pollo y la American Pizza Community calcula en 12,5 millones las pizzas vendidas durante esta jornada, con un coste de casi 200 millones de dólares. El gasto global en patatas fritas se cifra en casi 300 millones.
Bebida. Tres de cada cuatro espectadores de la Super Bowl beben cerveza durante el encuentro. El gasto en cerveza supera los 1.200 millones de dólares, frente a los 570 en licores destilados y los 650 en vino.