- Espinosa de los Monteros, paraíso ciclista. Con este lema se anuncian las rutas que recorren las Merindades entre majestuosos paisajes y carreteras desmemoriadas. La iniciativa ha dado vida a las montañas y el asfalto parece más nuevo. Ha rejuvenecido el paisaje, más vitalista. Una invitación para el cicloturismo. La Vuelta enaltece la idea del ciclismo competitivo y el paraíso se convertirá en el primer infierno de la carrera, que anidará en el Picón Blanco, la montaña que puede que se tiña con los tonos naranjas del Euskaltel-Euskadi por la proximidad con Euskadi. El puerto burgalés, 7,6 kilómetros y con una pendiente media del 9,3%, es un descubrimiento de Iñigo Cuesta, que lo insertó en el tuétano de la Vuelta a Burgos. El engaste es un éxito. La llegada se ha convertido en un reclamo estupendo. Un imán para los escaladores. Una meta cruel, pero bella. Un reto. La subida, de primera categoría, es dura, muy bronca en sus rampas finales, que alcanzan el 18% de desnivel y donde el viento, si sopla, juega con las voluntades. Arrodilla a los ciclistas. Penitentes.
La montaña, donde han vencido Landa, Superman López, Sosa y Evenepoel y donde Bardet pasó primero antes de ganar en Espinosa, se estrena en la Vuelta y pasará revista a los favoritos después de la crono inicial, que alimentó las primeras grietas. En la segunda jornada, una caída retrasó a Adam Yates y Hugh Carthy. Cada segundo cuenta. Roglic llega para medirse a la primera cima de la carrera con ventaja en la general. Landa, una de las amenazas del líder, comprobará su estado de forma. “La subida al Picón Blanco me dirá dónde estoy”, establece el de Murgia, a 39 segundos de Roglic. La ascensión convocará también el duelo entre Bernal, Carapaz, Carthy, Mas y López. La general, en juego.