l proyecto de la Superliga, abortado de momento, soliviantó esta semana a los aficionados, sobre todo ingleses, que pensaban que el fútbol era depositario irreductible de los valores que deben premiar los méritos deportivos. Pero esta idea que encabeza Florentino Pérez ni siquiera es original porque son varios los deportes en los que también se han producido cismas, amenazas de ruptura o planes revolucionarios con sus distintos matices, pero el mismo telón de fondo: el reparto del dinero que, en la superélite, proviene de los patrocinadores y las televisiones, lo que a su vez supone poner en cuestión el papel de las federaciones como intermediarias. Los actores principales, sean clubes o deportistas individuales, pretenden ser los beneficiados de una industria en la que demasiados agentes quieren meter la cuchara y que, por ello, se aleja del espíritu deportivo.
Los más obvios han puesto el ejemplo de la Euroliga de baloncesto que nació en 2000 como oposición al poder omnímodo de la FIBA. Ese año hubo dos competiciones paralelas, con el mayor rango europeo, aunque en la temporada siguiente volvieron a fusionarse hasta que en 2015 se produjo otro ruptura que ahora mismo ha provocado dos posturas enquistadas e irreconciliables. La FIBA quiso reaccionar a hechos consumados, pero los grandes clubes europeos ya se habían repartido gran parte de pastel y creado una competición privada que maneja sus propios criterios de admisión y que ha generado un baloncesto dividido, que tiene en la NBA otro poderoso elemento de distorsión con el que no cuenta el fútbol.
La Superliga ha aludido a cuestiones de competencia para defender su proyecto y, en este sentido, hay jurisprudencia. En 2017, la Comisión Europea dio la razón a los patinadores holandeses Mark Tuitert y Niels Kerstholt, que habían reclamado su derecho a competir fuera de las competiciones organizadas por la Federación Internacional. Esta sentencia puso el foco en el abuso de posición dominante del organismo federativo y abrió un camino para reconsiderar el modelo piramidal que rige en el deporte europeo.
Algo parecido ocurrió cuando un año después un grupo de estrellas de la natación, liderado por la húngara Kattinka Hosszu, encabezó una demanda ante un tribunal californiano contra las prácticas monopolísticas de la FINA, que quería vetar la participación de los nadadores en competiciones privadas y les amenazó con prohibirles disputar los Juegos Olímpicos, la gran cita de la natación. “Muy pocos se ganan la vida con la natación mientras que la FINA se forra”, fue la queja de los deportistas. Al final, la Federación Internacional de Natación dio su brazo a torcer y ahora mismo cohabitan el proyecto que provocó todo, la ISL, con financiación privada, y la FINA Champions Swim Series, que reparte también jugosos premios económicos para calmar los ánimos.
Otro de los deportes aludidos estos días ha sido el tenis. A Gerard Piqué, que se declaró en contra de la Superliga, le recordaron su papel principal en el nuevo formato de la Copa Davis, que también tiene detractores y que se puso en marcha tras un acuerdo multimillonario con la ITF. En el caso del histórico torneo por países, los mejores tenistas del mundo se reúnen en una semana para pelear el título, algo que no ocurría antes, cuando renunciaban a participar de forma habitual al colisionar con el calendario de la ATP, que sí les produce ganancias económicas. Precisamente, en el tenis se está viviendo ahora una polémica interna a cuenta de la intención de Novak Djokovic de impulsar un nuevo sindicato de jugadores (PTPA) que, en esencia, busca un reparto más generoso a su favor de los premios de los torneos.
En el golf, el PGA Tour y el Circuito Europeo frenaron con un acuerdo histórico entre ellos la amenaza que suponía la elitista Premier League Golf, que con ingente dinero del Golfo, quería atraer a las principales figuras. Incluso, el circuito estadounidense promete para el futuro jugosos premios adicionales para aquellos golfistas con más tirón mediático. Por su parte, la EHF paró también otro intento de sublevación de los principales clubes europeos con una Champions League de balonmano más reducida y un aumento de los premios económicos para los participantes, el mismo escenario al que muchos intuyen que se encamina el fútbol.
Pero tampoco hay que irse tan lejos. En Euskadi, el remo, la pelota a mano o el creado este año Aizkolari Txapelketa Nagusia son otros ejemplos de competiciones que funcionan alejadas de los paraguas de las federaciones, muchas de las cuales, incluso a menor escala, no responden a los intereses de los profesionales. Ocurre que el coronavirus ha hecho menguar el pastel de los ingresos y ya no hay para todos si no reducen los gastos.