- En Hondarribia la mar repartía las olas con el crupier de la calma, como si no quisiera molestar, meciéndose al mediodía, esa hora indefinida que es pronto para comer, pero tarde para desayunar salvo para las estrellas de rock. En una jornada sin la personalidad marcada de los días precedentes, ajena al bullicio, Josef Cerny, Mikkel Honoré, Andrey Amador, Ide Schelling, Andreas Leknessund y Julien Bernard abrieron la comitiva de la Itzulia a un palmo del mar. La fuga se concretó en el prólogo de Hondarribia, con el peso de las piedras de la ciudad aún vigentes. El asfalto se acodó a la costa, la cartografía mágica que une Gipuzkoa y Bizkaia. Frentre al hambre de la fuga, el pelotón optó por la contemplación, instalado en el mirador. Observó con indiferencia y cierta condescendencia a los escapados, a los que veía con catalejos, a esa distancia que no supura ni pica. Los creían cerca, pero nunca los tocaron. Cuestión de perspectiva y aumentos. Con dioptrías, equivocaron el augurio. Honoré y Cerny, la pareja del Deceuninck, derribó punto por punto el pronóstico. Son lobos. Nunca conviene ningunear a las bestias, más cuando salen de caza con hambre. Infatigables, Honoré y Cerny, miembros de la hermandad del wolf pack, la manada de lobos, devoraron los cálculos en una exhibición colosal. Trabajo en equipo. Mosqueteros. Uno para todos y todos para uno. Compartieron la presa en Ondarroa. Vigorosos, resistentes, rodearon a Bernard, al que mordieron sin piedad. Le dejaron sin aire y sin esperanza. Los lobos son depredadores. Cazadores letales.
“Estoy contento por la victoria, pero, sobre todo, por cómo la hemos logrado”, se felicitó Honoré, que descubrió Ondarroa de la mano de Cerny. Ambos eran uno. Cuatro piernas para una victoria tremenda. Fauces sedientas. Los dos fueron capaces de noquear a un pelotón entero. Forzudos. Bernard, hijo de Jean-François Bernard, les acompañó hasta los esterores, pero el dúo del Deceuninck le dio la extrema unción en Mutriku. Liberados, en las calles de Ondarroa el cielo se pintó del azul de Honoré y Cerny. Aullaron los lobos en una jornada de sosiego para los favoritos. Los jerarcas de la carrera nadaron en el rumor de las aguas tranquilas a la espera del asalto final de la Itzulia hacia el santuario de Arrate, un polvorín de siete puertos y la mecha corta de 112 kilómetros. Una pira. McNulty lidera la carrera con Roglic a 23 segundos, Vingegaard a 28, Pello Bilbao a 36 y Pogacar a 43. Por encima del minuto se concentran Adam Yates, Buchmann, Valverde, Landa e Izagirre.
En lo días en los que da para pasear con las manos en los bolsillos y la mente garabatea ideas que no lo son, pero que lo parecen, la opción del esprint anestesió a los favoritos, que imaginaban su futuro más allá de la línea del horizonte de Ondarroa. No todos tienen la opción de trascender. A los terrenales, les aguardaba el jornal. La paga. Descontados Mendexa y Gontzagaraigana, las dos chepas antes de Urkaregi, con la fuga a 1:30, el pelotón animó la idea de una resolución al esprint, la salida natural al mar, pero ese pensamiento encalló. Los lobos se les escaparon. El Euskaltel-Euskadi anidaba a Mikel Aristi, su hombre rápido. Caja Rural le había hecho una equis a Ondarroa porque las piernas de Jon Aberasturi, su velocista, lo demandaban. En Astana, de festejo en festejo, la apuesta era Fraile tras el confeti de Aranburu en Sestao y las serpentinas de Ion Izagirre en Hondarribia.
Los escapados continuaron apilando kilometraje porque era su misión. Eso era lo que les daba sentido en el felpudo de Urkaregi. La subida, el último escollo de la jornada entre tanta bella postal, aceleró el proceso de descomposición de la fuga. Fue la clave de bóveda de la etapa. McNulty, el líder, Pogacar e Izagirre activaron el radar. Roglic se aproximó más tarde al cónclave. Landa se planchó al esloveno. Bernard, Cerny y Honoré aún destellaban en Urkaregi, donde la ventaja era un puñado de arena, pero midieron cada grano. Su gestión resultó magnífica, propia de la economía doméstica: el máster de la dignidad y la supervivencia. Amador, Schelling y Leknessund eran polvo en el viento. Apenas un minuto separaba la fuga del pelotón. Alex Aranburu y Omar Fraile, dos kamikazes enamorados, unieron sus destinos en un descenso escalofriante en Urkaregi. Un thriller de emoción. Aranburu y Fraile, pura pasión, valientes, desvergonzados, se lanzaron como halcones a por el rastro de Cerny, Honoré y Bernard, el más doliente, emparedado entre los hombres del Deceuninck, duros y resistentes. Durante algunos kilómetros el pulso fue una invitación a la belleza. Aranburu tiraba como un poseso. Fraile se instaló tras su carenado. En Sestao, el orden fue el contrario. El trío soportó la presión del dúo del Astana, siempre valeroso. En el pelotón, Caja Rural y Euskaltel-Euskadi querían alimentar la persecución. Honoré luchaba contra el mundo y los derrotaba palmo a palmo. El danés, extraordinario rodador, era una locomotora que cobijaba a Cerny y desgañitaba a Bernard, a punto de descarrilar.
El pelotón absorbió la insurrección de Fraile y Aranburu. Honoré, Cerny y Bernard no tenían intención de correr la misma suerte. Camina o revienta. En Mutriku, en un repecho que fotocopió las penurias de Bernard en Urkaregi, Honoré y Cerny laminaron al francés, despellejado por los taxidermistas del Deceuninck, especialistas en contar victimas. Los lobos hicieron presa. No la soltaron. Despiadados. Voraces. Colmillos afilados y fuertes mandíbulas. El equipo belga trabaja en manada. Son insaciables. Despiezado Bernard, un cordero, Honoré y Cerny, dos hombres y un destino, se saludaron, se animaron y caminaron juntos, en paralelo, para alcanzar Ondarroa en familia. El danés y el checo celebraron una victoria compartida. En sidecar. Cerny cedió la victoria a su camarada. Amigos. Posaron ambos para la foto. Mostraron los colmillos de sus sonrisas. Honoré y Cerny. Los lobos cazan en manada.